domingo, 27 de junio de 2010

REVIVAL

Estoy tan seguro de que no lo hacen aposta como de que les resulta imposible remediarlo: sencillamente, son así. Saben que su forma de ser, pensar y actuar le salta los nervios a la mayoría de la gente porque rompe casi todos los esquemas al uso pero no están dispuestos a cambiar, así los aspen, para amoldarse al modelo social y políticamente correcto de las personas de fundamento. En realidad no es que sean intrínsecamente contestatarios y rebeldes (aunque se muevan como pez en el agua dentro de esas coordenadas), sino que su acracia innata y su natural anárquico los orienta por derroteros poco frecuentados por el común de la ciudadanía respetable. Así que, sin proponérselo incluso, no es raro que se les considere como grano en el culo o mosca cojonera en su comunidad humana.
Una de sus características es su capacidad de supervivencia en condiciones extremas, probablemente derivada de la parquedad de sus necesidades básicas. Si son mujeres, se las puede ver arrastrar con naturalidad los mismos harapos (lavados, eso sí) a lo largo de treinta o cuarenta años si el material textil es bueno, que en épocas pasadas solía serlo; con lo cual, sin proponérselo, van a la última varias veces por pura coincidencia porque las modas, como nadie ignora, son una estupidez inventada (mayormente para sacarle los cuartos a la gente) por unos cuantos iluminados tan faltos de imaginación como sobrados de figurines antiguos, a los que acuden para resucitar en las glamurosas pasarelas los ropajes, calzados y complementos de los años 80, 70, 60 y cobrar por el "diseño exclusivo" lo que no gana un obrero en un año. "Revival" creo que le llaman en el gremio a eso; otros le llamamos morro.
Consecuentemente, este tipo de mujer gasta en cosmética menos que la Esteban en tratados de Filosofía; pisa la peluquería (si la pisa) un promedio de dos veces por año, cuando los rigores caniculares le resudan las greñas y decide cortárselas, y cuando tiene que protagonizar forzosamente a algún evento de tiros largos; siente una especial alergia hacia las joyas (cada vez que ve un pedrusco engarzado se le representan los niños esclavos, muriendo aplastados en las minas de diamantes de Sudáfrica o en las de esmeraldas de Sudamérica, y se le revuelven las tripas); y algo por el orden le ocurre con las fiestas exquisitas en las que mariposean las damas "vip", con las siliconas tetiles y culares resaltadas por refulgentes lamés que obligan a entornar los ojos por efecto del deslumbramiento. El común de la gente, digo, porque ellas por las limitaciones del botox lucen el rostro estático de una máscara griega.
Son personas, en fin, perfectamente distinguibles del resto. Ya sean mujeres u hombres muestran una marcada tendencia a los vehículos de motor de segunda, tercera y hasta cuarta mano; sus domicilios acostumbran a venirse abajo de libros, más en edición rústica que de lujo, pero es difícil encontrar en ellos tresillos anatómicos de piel salvaje, mayormente porque no ponen inconvenientes a que los espacios humanos sean compartidos con naturalidad por los perros y/o gatos de la familia; y la decoración de sus hogares se aproxima bastante al caos, ya que practican la ahorrativa costumbre de heredar de familia y amigos los muebles que desechan, con lo cual la mezcla de épocas, estilos y calidades se convierte en un colorista batiburrillo.
De éstas (y algunas otras) características personales se desprende que las personas que pertenecen a esta subespecie humana suponen una pesadilla para los comerciantes y banqueros, y una auténtica bomba tóxica antisistema para las estructuras del capitalismo: necesitan tan poco para vivir que resulta complicado insertarlos en el engranaje feroz del consumo. Tan complicado que generalmente, unas veces por pura opción personal y otras por el desaliento de sus potenciales inductores, acaban quedándose fuera de él. De manera que en momentos chungos como el actual de crisis galopante, llanto y crujir de dientes generales, estas personas se lo toman con más calma que otras. Piensan "ya escampará", y se congratulan de no necesitar (ni envidiar) yates, saraos, estancias en hoteles con más estrellas que el firmamento y chalés de alto estanding, con la piscina llena de flores de loto con velitas en las cenas para las amistades íntimas que nunca son menos de cien, (lo que en principio hace pensar que la intimidad se verá dificultada por semejante multitud, pero ea).
¿Que por qué escribo hoy de todo esto? Y yo qué sé. Podía haber escrito del ascenso de mi equipo, el Hércules, de los manteos de personajes y la Santa Faz herculana, de la bendición urbi et orbi a la censura del Síndic Cholbi demócrata de toda la vida, de los avatares económico-políticos, de las huelgas de los medios de transportes, pero recién pasadas las fiestas, la gente tiene los pies echando humo, y lo mismo piso algún callo sin querer. Así que pensé escribir de los bichicos de La 2 y la reposición de los programas de Félix, que son un filón, pero al final me he decidido por las bombas tóxicas antisistema. Al cabo, es un tema que me sé de carrerilla y no tengo que calentarme la cabeza.

viernes, 25 de junio de 2010

"PAPÁ VEN EN TREN..."

Hace mucho tiempo que no viajo en tren y hoy voy a recuperar esta sana afición. Tengo que viajar a Valencia yo sólo y no tengo ganas de conducir. Lo tengo claro a la hora de sacar el billete: entre Regional Express, Talgo o Euromed, lo tengo claro, Regional Express. Es mucho más lento. Lo que para los obsesionados en rebañar minutos con el AVE suena a blasfemia para mí es básico: ver el paisaje a través de la ventanilla, que por supuesto tiene un valor añadido. Serán secuelas de mi infancia ferroviaria al amor de locomotoras de vapor, maquinistas y fogoneros tiznados de carbonilla, y trenes como el Shangai ("El Changa" para los del gremio), deteniéndose con sus chirriantes vagones de madera en todos los apeaderos. Así que esto, originariamente, lo voy a escribir con boli en una libreta entre Alicante y Valencia. Apuntes al hilo de las vías no aptas, sospecho, para los amantes de las altas velocidades.
Por la zona de Fontcalent relumbran con el primer tímido sol de la mañana los espartales y los saladares, la sierra terminal con la huesa al aire, recomida a mordiscos y tarascadas por las mandíbulas insaciables de las canteras. Colores amoratados del vientre descarnado de los montes con las cicatrices indelebles del mármol. El monasterio de la Magdalena reluce, mucho más bello de lejos que de cerca, junto a la anciana torre triangular de la Mola. Sobre el tapial derrumbado de una casa en ruinas entre viñas mortecinas se yergue arrogante una palera. Pequeños porches acorralados. Casas pobres. Escorrentías y barranqueras tupidas por un enredo de maleza. En la estación de Elda/Petrer, en obras, los obreros vestidos de amarillo se mueven como hormigas lentas transportando material. El jefe de estación mira su reloj de pulsera (el del andén está clausurado por un aspa de cinta adhesiva) justo cuando otro tren nos rebasa en dirección contraria. Ya podemos seguir.
Arbolillos raquíticos, zonas industriales, almacenes, naves, camiones, palas transportadoras. De pronto, la ceguera de un túnel. Y enseguida el vuelo rasante de un gran pájaro (¿un gavilán?), escapando de una recoleta vaguada entre dos lomas sin más salida que la que da a las vías. El castillo de Sax sobre un fondo de hilachas de nube. Almacenes de vinos y alcoholes. Tristeza infinita de las estaciones y los apeaderos condenados a muerte, con sus rejas correderas cerradas y mucho, mucho material inservible acumulado y desordenado. Prados breves. Pinares conspicuos. Mínimos olivares. Tierras llanas medianeras con la serenidad larga y amplia de La Mancha. Villena de útero encharcado y alma lacustre. Verde rabioso de un bancalillo de cereal, ocre de un cañar, nispereros envueltos en redes para defender el fruto de los picos golosos de los pájaros, un jardín grande primorosamente cuidado, los edificios de un lado de la estación desmoronados, el de la derecha transformado en una tienda de muebles.
Grafitis, traviesas apiladas, un hombre con un perro gordo y viejo esperando para cruzar. Más adelante caballos pastando en corrales, desperezándose aún después de la siesta. A lo lejos, sobre una loma, los molinos eólicos recosen el cielo con un pespunte de clavos como un monte calvario saturado; junto a las vías se alinea un conjunto apretado de placas solares. Almendros verdecidos. Puentes y puentecillos. Viñas cuidadas con exquisito mimo, aledañas a zonas fabriles. El revisor pasa a la altura de Caudete. Una balsa cuadrada, plateada y rojiza, enjoya el suelo. De cerca, los brazos bailones de los molinos peinan la brisa. Canteras lívidas y geométricas. Más cereal. Casonas de campo sólidas y solitarias. Dentro de otro túnel, más largo, se espesa el ronquido del tren. Casitas salpicadas sobre pequeños valles. Tablas de bancales variopintos -cereal, viña, frutales, más viña-. Cortafuegos en los montes. La autovía paralela se va llenando de tráfico. Una hacienda antigua con capilla de señores, campanario y veleta de gallo. Pinos. Carrascas. Arbustos desmadrados. Contra el muro de un corral orina despacioso un viejo; de espaldas a él, una vieja les echa de comer a las gallinas.
Palés apilados en zonas industriales. Infraestructuras de obras, máquinas aplanadoras, grúas. Por aquí pasará el AVE, cuando pase. Casi en la raya del horizonte, un castillejo con un pueblito apiñado a sus pies. Charcos de lluvia. Matas de flor amarilla en los ribazos. Un bancal de palmitos junto a un vertedero que pudre al aire. El verdor feraz de los campos delata la huerta valenciana, una explosión de naranjales se mete pecho adentro, estamos llegando a Xátiva pero desde el tren no alcanzo a ver el carrer blanc de Raimon. Una gran locomotora color trigo maduro dormita aparcada en una vía muerta. Esbeltas casas señoriales de huerta junto a la solidez de un viejo maset de llauraor. Y una barraca blanquísima, una sola, alzándose valiente y desnuda en el centro de un mar de verdor.
Una iglesia de pueblo con su torre. Cañares. Chopos y álamos. Acequias. Huertos pobres con vallas elementales hechas de traviesas y somieres amarrados con alambre, coronados de buganvilias rojas y moradas. Más acequias. Grajillas de ébano sobrevolando el tren, cruzándose y descruzándose en un desaforado ballet de encaje loco. Palmeras, limoneros, exhuberancia de frondas, huertos ubérrimos, campos aprovechados al milímetro para la feracidad. Tierra roja y mullida. Casas blancas. Árboles de esmeralda. Bancales de terciopelo y seda. Acequias. Más acequias. Y de pronto, el Xúquer verdiazulado discurriendo manso en busca del mar. Una congoja rabiosa de sed me cierra de golpe la libreta. No quiero escribir más.

viernes, 18 de junio de 2010

A LA VIOLETA

Flor, la de las lindas hojas,
la del cáliz delicado,
la que derrama en el prado
su perfume embriagador.

Tú, que en la hierba naciste,
y te ocultas siempre en ella,
eres la imagen más bella
que representa al amor.

No a ese arrebatado y ciego
que a veces el labio miente,
sino al tímido, que siente
un sensible corazón.

A ese amor que nos inspira
un ser que nuestra alma adora,
y que, sin embargo, ignora
nuestra ardorosa pasión.

Más, ¡ay!, un día nos vende
el fuego de una mirada,
cual su esencia delicada
te vende a ti, ¡pobre flor!

Por ella yo te descubro
entre la hierba escondida,
que eres mi flor preferida,
imagen de un tierno amor.

NI VIVIR PUEDO EN TU AUSENCIA...

Ni vivir puedo en tu ausencia,
ni vivo cuando te veo,
ni es del mundo este deseo
que consume mi existencia.

Nieve soy en tu presencia
y volcán lejos de ti,
y es que sobre mí
tal poder, que dude al verte
si era el amor o la muerte
lo que en el alma sentí…

¿Cómo vivir en tu ausencia,
si no merezco el infierno,
que el deseo es fuego eterno
y yo mortal existencia?

¡Si he perdido la conciencia
del tiempo y de mi razón,
si es la vida mi prisión!
¿De que sirve el albedrío,
si yo ya no tengo mío
ni mi propio corazón?

¡Si pienso con tu razón,
si respiro con tu aliento,
si el tuyo y mi pensamiento
fundió en uno la pasión,
si duda mi corazón
dónde su huésped anida;
si dudé en la despedida
entre quedarme o partir,
porque no sé definir
cuál es tu vida o mi vida!...

lunes, 14 de junio de 2010

¡¡¡QUE CUERPO SE ME VA A QUEDAR!!!

En mayo tenía que haber subido la luz. Pero no un cuatro o un cinco por ciento. Por lo menos un diez. Así encararíamos el verano con más alegría, con más predisposición para ir a la playita a lucir cuerpo. Porque cuerpo, lo que se dice cuerpo, vamos a tener lo nunca imaginado y siempre deseado: el país más estilizado del mundo, con las carnes más prietas y duras. Delgados a tope, de una esbeltez extrema. Y todo, todo, todo, merced a la política económica de nuestro gran benefactor, el amigo del Papa y de Obama, el rey de reyes dentro de los gestores públicos, el único, el fabuloso, el increíble mago de las finanzas, José Luis Rodríguez Zapatero.
Después de la dosis de tijeretazos y recortes sociales, ahora vendrá el IVA para recordarnos que la fiesta continúa. Y, como un palo nunca golpea él solo, nuestros colegas de las compañías eléctricas nos van a deleitar con un recibo más caro (le han cogido vicio a esto, ¿no?).
Ahora bien, no nos engañemos que lo hacen por nuestra salud. Me explico. A base de lavar la ropa en la pila o en una lavadora a pedales; de correr por la casa apagando luces; de pasear y pasear por centros comerciales para trincar algo de fresquito; de sudar como marranos por no gastar ventiladores ni aires; de cocinar poco para no usar la vitro o por no tener comanda a la que hincarle el diente; de no ver la tele por las noches, dedicando ese tiempo a menesteres más físicos (algo bueno, mira por donde). A base de esto y del hambre que vamos a pasar, nos quedaremos como sílfides, sin grasa corporal, con olor a tigre, pero exentos de colesteroles y triglicéridos. Sanos y flacos, vamos.
Hablando en serio. Como sigan exprimiendo el limón lo van a dejar seco del todo. Y cuando ya no quede jugo, a ver de dónde sacan para cubrir lo que tan mal saben administrar esta banda de inútiles.

viernes, 4 de junio de 2010

Y SIGUEN LOS MALTRATOS...

Por regla general, la mayoría de la gente andamos con una cierta confusión acerca de lo que es el maltrato a una mujer y, sobre todo, cómo empieza. Lo que llega al público al final son noticias macabras como las de estos últimos días, o sea, asesinatos ya perpetrados y sin posibilidad alguna de rebobinar la vida. Y con exasperante frecuencia llegan también los comentarios de los vecinos, "quién hubiera imaginado que esto podría pasar, eran una pareja normalísima; hombre, tenían sus rifis-rafes como cualquiera, pero vaya, lo corriente".
Lo primero que uno se pregunta es qué habría que considerar como "lo corriente". Y descubre con inquietud que casi nadie considera maltrato algo que, examinado con un mínimo de sentido común, evidencia ser la puerta más clara hacia futuros males mayores: la inveterada, habitual y repetida falta de respeto del macho (la mayoría de las veces apenas "machito", porque suelen empezar de jóvenes) hacia "su" mujer. Son esos hombres (por llamarles de alguna manera, claro), que encuentran lo más normal del mundo ir emporcando la casa inmediatamente después de que su mujer se haya dejado los riñones limpiándola, regando con sus zapatos, chanclas, calzoncillos guarros o calcetines sudados todas las habitaciones (ya se agachará ella a recogerlos), y dejando la encimera de la cocina pringosa y chorreante de aceite, tomate y restos sanguinolentos de filete, como si una misteriosa parálisis de los miembros superiores les impidiera pasar una bayeta por ella dejándola como la encontraron.
Lo malo de estas situaciones es que la incipiente maltratada no acostumbra a ser consciente de su situación. "Es muy desordenado", "va con prisas", "está acostumbrado a vivir en un piso entre tíos" pueden ser algunas de las excusas con que, invariablemente, lo disculpa. Al menos, en los primeros tiempos de la convivencia. Con parecida benevolencia acostumbra a pasar por alto que él, al salir de trabajar, se vaya "a tomar unas cervezas con los compañeros para quitarse el estrés"; como si la casa, los hijos pequeños y los tropecientos problemas que se presentan diariamente en un hogar, aumentados por las penurias de esta época de crisis, no fueran tan estresantes, o más, que los que le hayan podido surgir en el curro a su compañero. Y, naturalmente, pasa lo que estaba cantado que tenía que pasar: que un día, o dos, o cuatro, esas "desestresantes" cervezas se prolongan hasta la alta madrugada o hasta bien entrada la mañana, y el machito asoma ciego como un piojo, dando traspiés y con un par de condones en el bolsillo, señal de que la noche no fue tan inocente. Y más señal de que a "su" mujer, la que se ha quedado en casa esperándole (y disculpándole), la respeta más o menos como a sus zapatillas sudadas.
En esa dinámica acostumbran a tener un papel preponderante los amigos (por llamarles de alguna manera) de él, que le alientan a seguir con su vida de soltero y a no "desperdiciar su juventud" entre las paredes de la casa cambiando pañales, que para eso ya está la mujer. Y él prefiere que le aplaste una apisonadora, antes que "no dar la talla" ante sus venerados congéneres. Entretanto las señales de emergencia que inconscientemente lanza la mujer, ya más que incipientemente maltratada, son claras: un cansancio profundo que le entristece la expresión, una inseguridad creciente brotada de la autoestima diariamente machacada, una ansiedad que se va acumulando inevitablemente y una progresiva falta de ilusión. Los demás, especialmente los que más la quieren, lo ven con preocupación; ella, como es habitual en estos casos, es la última en darse cuenta. Hasta el punto de llegar a enfadarse con quienes intentan ayudarla.
Esto, lamentablemente, lo estamos viendo todos los días: no hay más que mirar alrededor. Lo tremendo, lo peligroso del asunto, es que tanto el machismo recalcitrante como la falta de respeto a la mujer no son estáticos sino progresivos. Es decir, crecen. Y lo que hoy es un calcetín apestoso tirado sobre un suelo recién fregado, mañana será un desprecio en público, un exabrupto o un insulto directo, y pasado mañana puede ser, si no se ponen a tiempo los medios para impedirlo, un bofetón. Y entre el bofetón y la paliza las lindes acostumbran a ser demasiado borrosas.
Tanto como claras son las previsibles consecuencias de un maltrato ya declarado que no se abortó en su momento. A saber, (y no hay más que consultar los medios de comunicación de estos días): la muerte de la mujer a manos de su pareja. Así que me vais a permitir una vez más, que me haga defensor de la mujer maltratada, que el hecho de estar enamorada de su pareja, no le impida que su amor sea tan ciego para no ver la realidad de su vida, y que a la mínima denuncien y soliciten ayuda. Este es un consejo dirigido a todas las mujeres, a todas, pero en especial a las más jóvenes que aún están a tiempo, a que no se dejen comer el terreno por ningún macho. Por mucho que crean quererlo. Y si ellas solas, de tanto ser machacadas no se sienten con ánimos ni fuerzas para pararles los pies, que pidan ayuda, que hay una legión de mujeres (y de verdaderos hombres, afortunadamente, también), dispuesta a bajarle los humos y las chulerías de una vez por todas a los machitos al uso. O sea que escrito queda para que vayan tomando nota, ¿vale? Pues eso.