domingo, 26 de julio de 2009

Y SI SUENA LA FLAUTA...

No cabe duda: somos un país y un paisanaje definitivamente crédulos. No hemos perdido la esperanza de que la Suerte, con mayúscula, nos visite el día menos pensado para sacarnos de pobres para los restos, cancelar las hipotecas, enjugar las trampas y saldar con un rotundo golpe de talonario todas nuestras deudas acumuladas. Inasequibles al desaliento, practicamos con tozuda insistencia una semana tras otra los repetitivos rituales de los juegos de azar que el día menos pensado nos harán multimillonarios, quien dice que ese día no sea hoy. Por si lo es, ahí están las colas de ilusionados (o desesperados, que también) jugadores, aguardando turno para que les sellen su boleto. Cualquier boleto de los de curso legal puestos en circulación por el Estado, pero preferentemente el de la Primitiva, y en especial cuando hay acumulado un bote sustancioso, de esos de varios ceros que hacen soñar hasta las paredes.
Junto a la entrada de la Administración de Loterías Bello, en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, tiene plantada su paraeta Amparo, que lleva vendiendo cupones de la ONCE desde el año 89, o sea 20 años. Y dice Amparo que antes, “cuando estaban en lo suyo las pesetas”, ella vendía mucho más que ahora, vamos, dónde va a parar, que la mayoría de los días a las 11 de la mañana ya había vendido el completo, recogía los bártulos y se iba para su casa como una reina. ¿Ahora? Pues ahora, que se viene ella colocando sin falta en su punto de venta desde las 9,30 hasta las 13, 30 y desde las 17,30 hasta las 20,30, tiene que apurar el tiempo hasta el final y, aún así, raro es el día que termina de venderlo todo.
El promedio de edad de su clientela, dice, va desde la mediana edad hacia arriba con especial incidencia en los abuelos, tanto hombres como mujeres, que aprovechando su paso o paseo por tan céntrica Plaza, se arriman pasito a pasito a tentar a la suerte, como atraídos por un potentísimo imán.
Según anden de “cash” en los bolsillos (que casi siempre, obviamente, es mal) trasponen la puerta de la Administración de Loterías o se quedan fuera, en la paraeta de Amparo, comprando dos o tres “rascas” que son, con diferencia, los esperanzados papelitos que más venta tiene entre los abuelos; porque son los más baratos mayormente, y más que nada porque los premios se pagan sobre la marcha. Eso sí, los susodichos premios rarísima vez alcanzan a pasar de 5 euros (por lo común son de 0,50, es decir, el reintegro de lo invertido) y aún eso de Pascuas a Ramos, lo corriente es perder todo lo que se ha pagado porque los jodidos sietes o no salen, o no están los tres en raya. Pero, ea: menos da una piedra y además, ¿y si suena la flauta y por un eurico de nada caen esos 10.000 que una vez nos encontramos al rascar el espacio del premio, aunque a sabiendas de que no íbamos a poder cobrarlos por los dichosos sietes fuera de sitio?
Basta quedarse unos minutos contemplando el trasiego de personal para comprobar que los jóvenes, salvo excepciones, no se dejan caer por aquí. En cambio proliferan las amas de casa clásicas, los hombres solos y las parejas de la tercera, o cuarta, o quinta edad. ¿Y la pensión les da para jugar tanta lotería, oigan? Pues mire usted, la verdad es que dar no da, pero venimos ya más por desesperación que por otra cosa, a ver si cae algo y podemos echarles una mano a los hijos, que los han mandado al paro con criaturas pequeñas y están con el agua al cuello, ¿sabe usted? Sí señor que sé, no he de saber.
Dentro de la Administración la clientela aguarda su turno con paciencia franciscana, aunque de media fila para fuera el sol sahariano amenaza con licuarle los sesos al personal. Y es curioso (o bien mirado, no) pero con esto de la crisis la gente, en lugar de retraerse por el aquél del gasto, acude más. Gastan cantidades pequeñas; una columna en vez de seis; un décimo de la lotería del jueves o la del sábado de vez en cuando, en lugar de cada semana; el gordo de la Primi, o el Euromillón cuando hay bote; la Bono Loto, lo mismo; los caballos, sólo si al leer sus nombres algunos nos llama de forma especial.
Pasado el verano volveremos a soñar con el pleno al quince de la quiniela de toda la vida, a poder ser con un 1 en el Valencia contra otro. Ah, y para que a nadie le pille el toro por falta de previsión, la lotería de Navidad ya está a la venta. ¿Qué las probabilidades de que, entre tanta y tan variada apuesta, nos toque algo medianamente jugoso son de una contra no sé cuantísimos millones? Pues ya lo sabemos. Pero si perdemos también la última esperanza, apaga y vámonos

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