viernes, 29 de octubre de 2010

EL TELÉFONO MÓVIL.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el cual los teléfonos móviles nos parecieron cosa de ciencia-ficción, incluso de brujería. Luego, casi con total impunidad, llevados por una necesidad ficticia creada por la televisión y el cine, esos pequeños aparatitos (pequeños ahora, porque los primeros eran auténticos ladrillos enormes de antenas extraíbles) se fueron introduciendo en nuestras casas, en nuestros trabajos y, por último, también en nuestras vidas.
El que se compra un teléfono móvil nuevo, de última generación, con mil colores y sonidos, cámara de vídeo de gran resolución y acceso a Internet, se parece al padre primerizo que va enseñando a su primogénito como si fuera algo único en el mundo: "mira, acaba de eructar, ¿no es un angelito?". Con el móvil igual. Después de que nos enseñen todas las virtudes del aparato en cuestión, preguntamos casi con vergüenza: "peroÉ ¿sirve también para llamar?".
Al principio, los móviles sólo servían para llamar, y tampoco había tanta gente que tuviera uno, así que eran un elemento que podía olvidarse en casa sin ninguna consecuencia. Hoy en día sería impensable dejarse el móvil en el mueble de la entrada o en la mesa de la cocina. Estamos habituados a su peso en el bolsillo, lo que nos genera mucho estrés cuando lo olvidamos o cuando decidimos que es mejor no llevarlo con nosotros, cosa que a muchos nos sucede en verano al entrar en la piscina o la playa. Al regresar a la arena, cuando cogemos el teléfono, varias llamadas perdidas y alguien que nos llama diciéndonos: "te he llamado, pero no me lo cogías, ¿dónde estabas?". Y ahí es cuando se ha perdido toda esa intimidad que nos prometieron que tendríamos usando un móvil. ¿Que dónde estoy? Y claro, no puedes responder que estás sentado en el retrete oÉ en algún otro sitio más inconfesable.
Otro hecho que provoca ansiedad es al recibir llamadas. Si conoces el número, bien, no pasa nada: descolgamos, hablamos tres o cuatro trivialidades y, a veces, incluso podemos llegar al quid de la cuestión después de cinco minutos de conversación general. Pero también podemos recibir llamadas de números que no conocemos o de remitentes desconocidos. Eso causa mayor estrés: ¿quién será a estas horas?, ¿un pesado?, ¿alguien que me quiere vender cualquier cosa?, ¿el médico de mi madre? Y entonces, puede ser, nos saluda una voz diciendo: "¿a que no sabes quién soy?". Y tú, que estás en el baño, o en salón, o tumbado en la cama intentando disfrutar de una feliz siesta estival, tienes que tratar de ponerle cara a esa voz desconocida a partir de las miles de voces que guardamos en el almacén de la memoria. Y, créanme, a veces es muy difícil.
Hoy en día, el teléfono móvil forma parte de nuestros elementos cotidianos. Como el que se pone el reloj y se peina todos los días, hay gente que vive enganchada al móvil, que lo utilizan para todo. Incluso para decir: "cariño, en cinco minutos llego". Si el mensaje era la llegada, lo mejor es hacerlo, no llamar para anunciarlo a los cuatro vientos. Además, eso parece que ya ha sido sustituido por las llamadas perdidas, llamadas que ya pueden significar cualquier cosa: "llámame", "he llegado", "te quiero", "ven a buscarme", etcétera. A veces recibo llamadas perdidas, y me quedo mirando el móvil como si ese aparato estuviera a punto de decirme algo. Lógicamente, nunca lo hace.
Por ese motivo, prefiero los SMS (que van al mensaje directamente, sin caer en divagaciones) o, mejor aún, los correos electrónicos. No sustituirán nunca al placer de hablar cara a cara, pero ambos son más discretos, más relajantes. Los recibimos constantemente y a todas horas, claro está, pero podemos elegir cuándo atenderlos, cuándo leerlos, cuándo responderlos. Tal vez así ganamos algo de intimidad, de soledad, de poder escuchar los silencios de nuestra casa y oír las palabras y las voces de quienes nos rodean. Y es que mientras escribía este artículo me han llegado tres llamadas perdidas. No conozco los números. Podría ser cualquiera. Luego llamarán. O quizá no. No importa. De momento, prefiero apagar el móvil, relajarme y disfrutar de una conversación con mi mujer y mis amigos.

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