jueves, 10 de enero de 2013

EL REY MUDO


Un anciano monarca preguntó a sus consejeros cómo recuperar el carisma dilapidado en aventuras de mal gusto y que ni siquiera pidiendo perdón públicamente, sobre dos muletas, había logrado recobrar. El monarca, como es de suponer, contaba con infinidad de medios. Bastaba una insinuación de sus ayudantes para que se presentaran en palacio los directivos de las más importantes agencias de publicidad e imagen de su reino, los mejores sastres también, los más afamados peluqueros, los cirujanos plásticos de moda, los dueños de todas las cadenas de televisión y radio? Si estornudaba, su estornudo aparecía en la primera página de todos los periódicos, lo mismo que si dejaba de estornudar. No se trataba, en fin, de cómo llegar a los medios, sino de qué hacer una vez en ellos.
En otras palabras, tenía a su disposición un exceso de continentes, pero ningún contenido capaz de tocar el corazón de los ciudadanos para modificar los sentimientos de indiferencia o rabia que albergaban hacia su persona. ¿Eran los ciudadanos de aquel reino especialmente crueles? No, pero pasaban por duras pruebas económicas que no afectaban a las clases altas. Y cuando volvían la vista hacia sus líderes, los veían indiferentes a su sufrimiento. Cabe suponer que se hicieron miles de propuestas y que muchas fueron rechazadas por baladíes, o por arriesgadas, o porque no encajaban con la personalidad del rey caído en desgracia. Una de ellas, sin embargo, logró abrirse paso al poco de ser expuesta.
>Que salga en la tele< dijo el padre de la idea, y que permanezca media hora hablando sinceramente de sí mismo, de su salud, de su familia, de sus aficiones.
>„Es el peor momento <gritaron al unísono< para hacerle hablar de esos asuntos.
>A menos que no diga nada < respondió el creativo.
>¿Y cómo conseguimos que hable durante media hora sin decir nada? <preguntaron de forma unánime.
< Poniéndole delante a alguien que no le pregunte nada.
Y así se hizo y su silencio encandiló a muchos adultos, pero los niños del país, sin excepción, se dieron cuenta de que el rey no había dicho nada.

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