viernes, 5 de diciembre de 2008

¡ALEGRA ESA CARA!

“Mustia la tez”, “ojos velados por melancolía”, “labios de hastío”, “taciturno”, “se aburre”… Este es el retrato que hace Antonio Machado, en su poema “Del pasado efímero”, del “hombre del casino provinciano”… No me extraña que el autor concluya esto, tan triste y patético, sobre el protagonista de sus versos: “No es el fruto maduro, ni podrido: es una fruta vana”. En efecto: el ‘hombre del casino provinciano’ amarga su vida –y se la amarga a los demás- ¡porque no sabe lo que es la risa!
Hacía mucho tiempo –demasiado…- que no cenaba con un grupo de amigos de esos que llamamos, con razón, ''de verdad''… O sea: amigos entre los que impera la buena educación, pero ante los que uno puede –y debe- comportarse con naturalidad, no con la rigidez de quien ''está de visita'', como dice mi santa madre… Amigos a los que no hay que dar demasiadas explicaciones sobre nada porque se comparten con ellos recuerdos, penas, felicidad… Y, también, ¡sentido del humor!
Recientemente, un viernes por la noche, volví a experimentar el regocijo de asistir a una de esas cenas de ''amigos de toda la vida'' y el recuerdo más grato y especial que guardo de esa velada –además del gusto que me dio volvernos reunir, por supuesto- es que reímos a carcajadas, hasta que se nos saltaban las lágrimas… Y no nos desternillamos por nada especialmente cómico sino, sencillamente, al evocar algún suceso simpático del que todos los presentes en la cena habíamos sido testigos: un gesto, una metedura de pata, una frase memorable… Y también soltamos nuestras grandes risas al aire gratísimo del salón por chistes inocentones… En resumen: todos nos sentíamos alegres por habernos reunido y cualquier pretexto, por nimio que fuese, era bueno para expresar nuestra alegría.
Más tarde, recordando esa cena, me di cuenta –casi con pavor- de la enorme cantidad de tiempo que había pasado sin que yo me riese con tanta fuerza, con tantas ganas, con tanto placer…
Y es ¡mira que los seres humanos, además de ''animales racionales'', somos ''animales raritos''!…
Porque me juego la uña del dedo meñique derecho a que cualquiera de nosotros puede recitar de un tirón, sin pararse siquiera a respirar, las múltiples razones que tiene para quejarse de esto, de lo otro, de lo de más allá (y de lo de más acá)… Las listas de 'ayes' y lamentos tienden a ser más largas que un día sin pan… En cambio, ¿podríamos dar tan inacabable nómina de razones por las que estamos alegres, por las que 'deberíamos' estar alegres?... Me temo lo peor… O sea: que no; que, habitualmente, no tenemos tan frescas en la mente las razones para las quejas como aquellas para la alegría, lo que nos lleva a fruncir el ceño con amargura como lo que sería causa sobrada para esbozar una amplia sonrisa…
Obviamente, tampoco es cuestión de ir por la vida con una 'chuleta', con una lista de los más que sobrados motivos que todos tenemos para mantener, al menos, una chispa de alegría en nuestro ánimo –aún en los peores momentos-… Pero, vamos, si hay que hacerla, se hace: porque nos hemos despertado con vida un día más… Porque, si nos duele algo al despertarnos, la farmacopea es capaz de aliviar nuestras molestias… Porque existen esas cosas tan ricas para desayunar que se llaman ''café'', ''fruta'', ''mermelada'', ''galletas-maría-fontaneda''… Porque disponemos de ropa para soportar el frío o aguantar el calor… Porque una parte de nuestro trabajo –aunque sea infinitesimal- nos gusta muchísimo… Porque las calles están llenas de gentes diversas y atractivas: niños, jóvenes, maduros, ancianos (y de árboles: no nos olvidemos de los árboles)… Porque podemos conocer a fondo el mundo en el que vivimos y no vegetar en la envilecedora ignorancia gracias a los medios de comunicación… Porque hemos querido, queremos y querremos… Porque nos han querido, nos quieren y nos querrán… Porque existen la Medicina y los médicos… Porque podemos disfrutar de inventos tan maravillosos como la radio, la televisión y -¡¡¡por favor!!!- los libros…
¿A qué seguir?... En cuanto conseguimos quitarnos de los ojos, de la inteligencia y del ánimo –con realismo, sin optimismos idiotas ni risitas de conejo- ese ''velo de melancolía'' del hombre del casino provinciano, que tanto se parece a una pegajosa, asquerosa y gris telaraña, comprobaremos –estoy seguro- que, incluso en momentos crudos, triste y difíciles, es posible mantener ardiente una chispa de alegría que impida el derrumbamiento total.

¿Que las risas provocan la aparición de arrugas, de patitas de gallo? Eso dicen… ¿Y qué?: son arrugas pícaras, atractivas… Y, en cualquier caso, más valen esas arrugas que ''una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza'', como escribió Machado del deprimente y deprimido hombre del casino provinciano…

1 comentario:

Conchi dijo...

Me ha encantado, el optimismo y las reflexiones.

Besos