martes, 29 de julio de 2008

LA PELICULA DE MI VIDA.

Tengo sueños en los que soy un niño, veo cosas que recuerdan mi infancia que ahora miro como algo normal, esas simples cosas que me mantenían feliz, como estar con un simple juguete, mi cuerpo a crecido, mis días se acortan cada vez mas, el reloj marca la cuenta atrás, he pasado momentos que nunca imagine, mi mente también se a hecho grande con tantas experiencias, si el tiempo se detuviera por un momento, me pondría a ver la película de toda mi vida y ver que hubo errores, que hubo alegrías, decepciones, enojos, pero no hay forma de editar de nuevo esa película, en ese transcurso gente querida desapareció físicamente, en mi corazón se quedaron para siempre, siempre buscando ser feliz, y como yo digo, la alegría es como una ciencia que para entenderla tienes que estudiarla todos los días de tu vida.

Prueba tras prueba, en el concurso de la vida cotidiana, una lucha insaciable por ser el mejor, una lucha por tener todo, en esta escuela que te enseña de todo, a ser un buen humano, a ser una bestia, a ser simplemente tu, si supieras las respuestas antes que las preguntas no tendría chiste, me pasan circunstancias, pero encuentro la respuesta, eso es la vida, un mar de sueños y un río de realidades cumplidas.

Y siempre me pregunto, por que no se escribió un manual para vivir, y ver el índice en el que consultes "Precauciones" "Solución de problemas" ,"errores y sus correcciones", "detalles", "ficha técnica", "modelo", "numero de serie", pero no es así, cada quien busca su mejor forma de vivir día a día, así que cometer un error es normal, solo anótalo en ese manual que tu escribes con la pluma que se llama "Experiencia" y si vuelve a pasar sabes de que manera actuar.

Eso es la vida, te mandan a vivir, no a lamentar, te mandaron a amar, no a odiar, te mandaron a ser exitoso, no a que seas un simple objeto más.

domingo, 27 de julio de 2008

TÚ Y YO.

Tú eres la nave...yo soy el puerto
tú eres la ola...yo soy el mar
tú eres la rosa...yo soy el huerto
somos dos cosas sin separar.

Yo soy el cuerpo tú eres la vida
tú eres el eco... yo soy la voz
yo soy la sangre...tú eres la herida
tú eres la virgen...yo soy tu Dios.

Yo soy la planta...tú la simiente
tú eres cariño...yo soy amor
yo soy el agua...tú eres la fuente
tú eres angustia...yo soy dolor.

Yo soy tristeza...tú eres lamento
tú eres la suerte y yo el azar
tú eres la brisa...yo soy el viento
somos dos cosas...sin separar.

lunes, 21 de julio de 2008

¡¡Y TU COMO TE LO MONTAS!!

Si no tienes un mueble montado por ti mismo es que no estás a la última en decoración
Hace años, pongamos cincuenta, las tiendas de muebles eran unos establecimientos amplios, muy mal iluminados, donde se almacenaban dormitorios, comedores, salas de estar, tresillos, percheros, butacas, etc. Entrabas, observabas el género acompañado por el vendedor que te asesoraba y si algo te interesaba lo pagabas al contado, a plazos (o pagabas a la entrega) y al día siguiente lo tenías en casa, protegido de cualquier golpe con mantas. Montado, como es lógico, por unos profesionales del ramo. Aquello desapareció y hoy esas tiendas, sin apenas espacio, te presentan un catálogo sobre el que escoges, encargas el mueble elegido, entregas una señal generosa y con un poco de suerte dos meses después lo recibes.
Ante este panorama apareció, en plan competitivo total, el diseño y el montaje Ikea, una compañía sueca dedicada a solucionar todas las necesidades de acomodo en un hogar de nuestros días, cuyo nivel de implantación queda confirmado con los 145 millones de ejemplares que publican de su catálogo. Compras el artículo, te lo llevas tú mismo (como puedas, ése es tu problema) y lo montas tú mismo (como puedas: mitad hoja de instrucciones, mitad intuición). Bajo estos principios es como la compañía se ha introducido en el mercado de todo el mundo. Cualquier hogar cuenta con algún elemento de esta empresa, pero hasta poder disfrutarlo y ser apreciado por las visitas (que además tienen otro igual o muy parecido) hay que someterse a un proceso que se aproxima mucho al masoquismo.
Lo de estar jubilado tiene ventajas pero también inconvenientes como el que alguno de tus hijos te involucre para que le acompañes a comprar en Ikea. ‘Es que a la niña ya le hace falta una cuna y un armario para su habitación y como tu coche es más grande caben mejor’. Y tú cedes aún sabiendo lo que te espera porque ya lo has experimentado y has jurado, en falso, que no serías reincidente. Son sacrificios que se hacen por los hijos aunque, no obstante, tengo entendido que en muchos casos se crea adicción. Es el llamado ‘ikeadictismo’.
Antes de llegar al centro elegido y que tratas de que no sea alguno de los conocidos anteriormente para no repetir los inconvenientes de la experiencia, te encuentras con el gran atasco de la carretera -Ikea siempre está en las afueras- ya que el propio comercio, en su publicidad, te sugiere que llegues pronto para evitar aglomeraciones. Refiriéndose a las de dentro, debe ser, pero no a las de fuera ya que es cuando todo el mundo se dirige a sus respectivos trabajos. Una vez que consigues aparcar, a una distancia considerable de las puertas de acceso al inmenso local, penetras en él sintiéndote como debió sentirse Jonás al ser engullido por la ballena. ‘Coge una bolsa -te aconseja tu hija- por si vemos algo’. Una enorme bolsa que, efectivamente, se va llenando poco a poco de cosas que para nada te hacen suponer su necesidad dado que ya forman parte del ajuar casero y creo que están en buen uso. Unos manteles individuales, un sacacorchos, unas bombillas, unas cucharas de madera. “Pero si ya tienes / Ya, pero están muy bien de precio, total por un euro”. Ante semejante ganga la esposa no se queda atrás: “Coge otro juego porque las nuestras están ya muy viejas”. El peso de la bolsa va aumentando y el departamento de cunas no aparece en ninguno de los pasillos recorridos que se me antojan laberintos, trampas instaladas para que te quedes allí eternamente. Alguna de las dos sugiere tomar un café porque “además, como es entre semana, te invitan a desayunar, me parece”, y debe ser cierto porque la cafetería está a rebosar de gente. Por tanto hay que soportar una enorme cola para conseguir un café, en un vaso de plástico, tras haber aguantado otra para obtener el ticket que te permite solicitar el café. Otro aspirante a comprador tropieza levemente y te derrama el café; no pasa nada grave pero hay que enfrentarse de nuevo a la cola para conseguir otro o renunciar a entonar el cuerpo. Qué se le va a hacer.
La información de los vendedores no es muy precisa ya que mientras uno considera que ya hemos pasado el departamento de ¡¡Albricias, ahí están!! observo, suponiendo que Rodrigo de Triana tuvo una alegría similar cuando descubrió la primera tierra americana. las cunas, otro nos recomienda que sigamos la línea de flechas hasta encontrarlas. Y además, los armarios y estanterías están a continuación. Por fin se va a acabar la odisea de sentirse privado de libertad, pero no pasa de ser una ilusión porque es en ese momento cuando comienza la verdadera odisea.
Ahora que nos hace falta no encontramos ningún vendedor y si te desplazas te expones a perderte y no volver a ver a la familia nunca más. Vislumbro uno relativamente cerca y me lanzo, literalmente, sobre él, del mismo modo que lo hacen otra media docena de clientes que, por la foto finish, se comprueba que han formulado antes su pregunta. Veinticinco minutos después se dispone a atenderme. “Pues queríamos esta cuna y este armario”. El dependiente, que me supone instruido en las normas de la casa me pregunta el código. “Pues…no le puedo decir… es esta cuna y ese armario”. Me mira haciéndome sentir insignificante por desconocer el código y él mismo lo consulta y anota. El dependiente se aleja y creo que ha decidido dejar de atenderme. “¡¡Eh, oiga…!!” No me da tiempo a terminar mi reclamación. “Un momento voy a consultar si hay existencias”. Teclea ante la pantalla del ordenador, insiste haciendo gestos extraños y se vuelve a mi que observo atentamente el proceso. “El armario sí, pero la cuna no hay ese modelo, creía que había pero se han agotado; este otro modelo es prácticamente igual y tenemos existencias”. Se da cuenta de que en la pantalla no aprecio sus características y me indica que le acompañe a donde está en exhibición. Mi hija no está conforme con el cambio y considera si hacer o no la compra, cosa que mientras ocurre, facilita la fuga del vendedor para atender los problemas de otros clientes abandonados a su suerte. Mi hija decide que el nuevo modelo ofrecido también le sirve y opta por la compra, pero el vendedor ya no está. Veinte minutos después vuelve a aparecer y le confirmo la compra además de, en esta ocasión, facilitarle el código. Me extiende un recibo. “Tienen que pasar por caja para pagarlo y recogerlo, con este ticket en el departamento de entregas, en caja les dirán donde se encuentra”. Llegar hasta la caja no es fácil ya que todavía queda medio establecimiento por recorrer y en el camino hay muchas trampas en forma de jarrones, pinzas para la ensalada, tazones, cojines, saleros, cuchillos de cocina… Hay que hacerse con otro bolsón donde introducir las nuevas e inútiles adquisiciones.
Por fin llegamos a las cajas, muchas cajas, pero pocas cajeras, lo que equivale a que multitud de personas deseando pagar para poder salir a la luz y el aire libre, se amontonen de forma más o menos ordenada. O sea, otra cola. Empujando un poco no consigues que pase el tiempo más deprisa pero te ilusionas pensando que estás más cerca de la caja y de la cajera hasta la que, por fin, llegas y exhibes ante ella todas las menudencias adquiridas además del ticket que demuestra tu interés por la cuna y el armario. Todo parece haber terminado. “Un momento, por favor, es que hoy van muy los datafonos y las tarjetas se tardan en leer”. Los que me suceden en la cola se inquietan, se les oye murmurar, creo que contra mi, no contra la compañía telefónica. El pago es aceptado y me entregan el justificante de pago. “Con este ticket tiene que ir a recepción de compras para que le entreguen su compra; está al fondo”. Vuelta a empezar; el nuevo departamento posee un dispensador de tíckets con la intención de mantener un orden, pero no deja de ser otra cola. Además el ticket en cuestión hay que entregarlo en el mostrador, junto al comprobante de pago y para ello hay que ponerse tras de quienes intentan la misma operación. Diez minutos de nada. Una vez conseguido, me indican que debo esperar unos veinte minutos para que preparen el pedido, pero que puedo acudir al bar para hacer tiempo. “Cuando su pedido esté preparado su número aparecerá en la pantalla”. Ni bar ni nada, me quedo observando la pantalla, sin pestañear, para que cuando aparezca mi número –que no paro de repetir mentalmente- no me encuentre ausente y tenga que volver a esperar quién sabe cuánto tiempo más. No son veinte los minutos esperados hasta que mi número aparece en la pantalla, sino treinta y cinco. Entrego el ticket y me entregan un voluminoso paquete. “Oiga, que son dos cosas, una cuna que debe ser esto y un armario”. El empleado verifica los datos y se aleja desapareciendo en las interioridades del departamento. No me queda más remedio que esperar acontecimientos. Esta vez la cosa ha sido más rápida; a los cinco minutos el empleado que me dejó con la palabra en la boca aparece empujando un carromato. “Su armario, es que se había traspapelado el pedido, como eran dos artículos, puede llevarse el carrito hasta el coche, gracias”. Estoy tratando de cubicar el espacio de mi coche para ver la manera de introducir en él las compras, pero no me salen los cálculos. Decido, no obstante, intentarlo y me dirijo a él empujando el carrito que se va de un lado para otro a la vez que los bultos me impiden ver cuanto me rodea. “¿A dónde vas?, el coche está aquí”. Al coche, le bajo los asientos traseros y lo convierto en furgoneta, aún así, se me antoja mínimo el espacio. Es imposible que consiga introducir en él aquella compra. Lo intento de una manera, de otra, saco un paquete para introducir otro pero, entonces, el sacado no hay donde colocarlo. Al final y con grandes sudores consigo colocar los dos bultos más grandes. “Ahora. ¿Qué hacemos con todo esto?, además vosotras tampoco tenéis sitio”. A grandes males grandes remedios: “Bueno, eso no importa, cogemos un taxi y las cosas pequeñas las llevamos con nosotras”. A todo lo padecido hay que añadir, ahora, el importe del taxi con lo que los muebles se alejan del inicial precio razonable.
Una vez trasladado todo hasta la casa de mi hija, me comprometo con ella: “el sábado vengo y os ayudo a montarlo”, mi mujer no lo cree ya que sabe lo manitas que soy. El sábado me presentó dispuesto a, en un santiamén, dejar todo en orden para su uso. Lo de la cuna no ha sido difícil, aunque con la ayuda de mi yerno. Pero el armario… ¡¡Ay, el armario!! Aquello es un rompecabezas donde, a simple vista, nada coincide entre sí. Todos los tableros son aparentemente iguales y ni siguiendo el papel en que están indicadas las instrucciones de montaje hay forma de organizarse. Paso 1: ensamblar la pieza 17 con la 22 utilizando el tornillo 5. Pero es que el tornillo 5 es igual que el 6, o a mi me lo parece. Como buenamente podemos vamos avanzando en el montaje, pero no conseguimos terminarlo; debemos continuar el día siguiente, el domingo. Más que continuar, empezar, ya que no comenzamos el montaje a partir de la base y resulta imprescindible. De tanto poner y quitar los tornillos equivocados, la llave allen pierde sus ángulos y menos mal que nos queda la de la cuna, apenas usada. La conseguimos terminar y me lo quedo mirando con cara de odio. Lo que nos ha hecho padecer. Mi hija lo contempla sin que asome en ella ningún atisbo de emoción: “Está bien, para salir del apuro; el año que viene a ver si compramos un dormitorio más en serio porque esto de Ikea, además, lo tiene todo el mundo”.
El año que viene, o cuando sea, que le traslade los muebles un transportista y se los monte un profesional. Yo, después de la experiencia de Ikea, que no cuenten conmigo, me haré el sueco y me quedaré esperando en el coche mientras escucho a Abba, que también son suecos, igual que los dueños de Ikea.

lunes, 7 de julio de 2008

EL ABURRIMIENTO DE LOS MAYORES

La vida es demasiado corta para pasar tiempo aburriéndonos.
Por definición, el aburrimiento es de por si un estado emocional de insatisfacción por una existencia que se percibe como insulsa, vacía y sin sentido. El aburrimiento se asocia a la apatía, la desmotivación y, a menudo, al víctimismo que hace que responsabilicemos a los demás de lo que nos pasa o deja de pasar.

Todos nos hemos aburrido de vez en cuando a lo largo de nuestra vida. Personalmente, se trata de momentos que no quiero recordar, en particular si yo mismo había sido la causa de esta situación.

Al hacernos mayores, el aburrimiento se hace todavía más peligroso, en particular, si se inserta en una situación de insatisfacción, desmotivación, frustración, etc. que nos viene del sentirnos marginados de las actividades a las cuales estábamos
acostumbrados.

La vida nos ofrece en cada momento una gran cantidad de posibilidades de disfrutar y de aprender como hacerlo. Después de la jubilación, si nos mantenemos en buena forma, nosotros podemos escoger las actividades que más nos motivan y llevarlas a cabo sacándole el mayor provecho.

Alguien dijo que del aburrimiento viene la tristeza, de la tristeza se deriva la melancolía, con la melancolía llegan las depresiones, con la depresión aparecen las tensiones y con las tensiones se producen el malhumor, el estrés, la agresividad, el insomnio, la minus-valoración, el conservadurismo a ultranza, la inseguridad, el infantilismo y todo tipo de conductas insatisfactorias. Nuestra salud física en estos casos se deteriora rápidamente.

Una reflexión por parte nuestra sobre la existencia de este peligro, nos puede ayudar a implicarnos para no asumir una actitud de aburrimiento y para que nos mantengamos activos y motivados en actividades y proyectos internos y externos a la familia, que nos permitan sentirnos cómodos con nuestra propia realidad diaria.

Como consecuencia del sentirse aburridos, muchas personas mayores han dejado de tomar las riendas de su vida y malviven haciendo algo que no les interesa ni motiva suficientemente. Como consecuencia, a menudo acaban dando muestras de impotencia, terquedad, intransigencia, alienación, vacío existencial, irritación, apatía y muchas otras anomalías que interfieren en su convivencia con su familia y con su entorno.

Cada uno de nosotros podemos hacer mucho al respecto generando situaciones de apertura a una mejor comunicación y dialogo dentro de la familia y entre amigos y sobre todo, con nosotros mismos, sobre lo que cada uno podemos hacer para crear una vida llena que nos lleve a una convivencia eficaz y participativa por parte de todos.

Cuando dejamos de trabajar, tenemos tiempo disponible y es importante que busquemos la forma más interesante de utilizar este tiempo del que por fin disponemos en beneficio nuestro y de los demás. Hay una gran cantidad de formas de hacerlo para la propia promoción personal, de grupo y comunitaria.

Descubrir lo que somos capaces de hacer y buscar respuestas críticas y creativas ante los problemas que afectan a nuestra edad y como aprender a envejecer mejor es la mayor de las sabidurías y uno de los más difíciles capítulos del gran arte de saber envejecer.

Se empieza a envejecer cuanto se deja de amar y de ser amado. Dar y recibir amor es el mejor antídoto al aburrimiento. Se aburre y envejece quien va perdiendo amigos de toda la vida. Por ello, es importante luchar contra la soledad que causa aburrimiento y toda la secuela de sentimientos y situaciones que la acompañan. Se envejece cuando uno deja de participar en la dinámica social del propio entorno. Envejecer es aislarse de la vida, desvincularse de cuanto nos rodea, reduciendo el campo vital o vivenciál propio de la persona. Podemos escoger entre un gran abanico de cosas; entre otras: salir a la calle, mezclarse con los demás, ir al cine y al teatro, al ballet a la zarzuela, al fútbol, a los conciertos, a la verbena popular, a las fiestas callejeras, a los museos, a la panadería, a la cafetería, a los restaurantes, a la iglesia y a los centros culturales.

Es importante tomar parte en las manifestaciones públicas contra el racismo, la guerra, la xenofobia, la pobreza, el terrorismo y otras lacras sociales y en pro de la justicia, la libertad, la solidaridad, la fraternidad, la paz, el medio ambiente. Colaborando con las instituciones democráticas, asistir a los plenos del ayuntamiento, y participar en la crítica de lo que no funciona a nuestro alrededor, conscientes de que si efectivamente ponemos nuestra experiencia y sabiduría acumulada en búsqueda de una sociedad más justa más libre y más humana, podemos continuar o, en algunos casos, empezar a marcar una diferencia con nuestra presencia y colaboración.

Estar presentes en todos aquellos sitios y reuniones donde se toman decisiones que afecten a nuestro bienestar personal, buscando la forma de participar en los medios de información colectiva para presentar una nueva imagen y una nueva realidad de los mayores y pensionistas en una sociedad democrática, con el fin de destruir los perjuicios, los estereotipos, los mitos y los tópicos peyorativos que existen en el tejido social sobre la vejez y la ancianidad como sinónimos de enfermedad, pobreza, inutilidad, fealdad, abandono, marginación, decrepitud y conjunto de todos los males.

A través de actividades sociales y culturales podemos desarrollar mejor nuestra personalidad y las capacidades, habilidades y destrezas que nos distinguen en cuanto personas. Haciéndolo desde el espacio de ser personas mayores, se defienden los derechos de los ancianos y su papel en la sociedad; se les permite estar presentes en el tejido social, en las instituciones democráticas, en los medios de comunicación, en la cultura, en el ocio creativo y en el tiempo libre que tenemos ganado después de trabajar tantos años.

jueves, 3 de julio de 2008

EL ARTE DE ESCRIBIR


Escribir es una tarea de júbilo, a veces de dolor, angustia y sosiego.
Cuando se escribe, la mente la tienes ocupada en lo que escribes y olvidas por unos instantes la realidad de la vida
Cuando se toma ese camino se echan al viento las cartas, esperando ser aceptados, esperando que un alma noble las recoja y aprisione en su pecho.
Se siente necesidad de saber llegarle a alguien sin eliminar un verso, sin quitar una palabra, se busca ser alquimista de las letras y construir un mundo bello, obviando la tristeza, tratando de acallar la congoja del momento.
El riesgo de hacerlo es hermoso, se siente un gozo infinito, y la obra pasa a manos del público convirtiéndose en un acto social, ya no es propiedad del escritor, ahora es de todos.
Como decía Rimbaud..."quisiera llegar a ser poeta para convertirme en vidente, llegar a lo desconocido por el desbarajuste de los sentidos".
Es emocionante sentir un alma que destila calidez,
tanteando entre la ruinas de la vulgaridad existente y sacar con ello lo máximo.
Sintiendote en cada instante al lado de la persona amada, no haría falta el libro de poemas, rompiendo el frágil velo de la aurora, mirando de nuevo con anhelo el agua, abierta la piel a la mirada, sintiendo que es amor lo que acompaña.
Extender la mano con las letras y sentir que entre nosotros no hay distancia.