miércoles, 24 de noviembre de 2010

OTRA VIOLENCIA DE GÉNERO Y YA VAN...

Antes de matarla, la amenazó...Con matarla. Antes de eso le dio mil palizas. Eso fue antes. Mucho antes le dio un puñetazo, y antes un tortazo de nada. Antes la había amenazado con el puño y antes había golpeado la pared como si la pared fuera ella. Antes había dado un millón de gritos, y antes la insultó delante de los niños. Pero antes pasaron más cosas". "Antes le dijo: ¿quién te crees que eres? y antes de eso, pareces tonta y antes ni se fijó en que ella lloraba. Eso fue antes. Antes. Antes. Porque antes hubo tantas cosas... ¿Alguna vez te has preguntado en qué momento un hombre deja de ser hombre?"
Esta es una de las ideas básicas contra los malos tratos a mujeres del Instituto de la Mujer.
Este año asistimos a un triste escenario: la mayoría de las mujeres asesinadas no habían denunciado a sus maltratadores y, por tanto, no habían podido ser protegidas. El silencio es el mejor cómplice de los maltratadores porque les proporciona la total impunidad y una amplia libertad para cometer sus brutales actos. Por ello es tan importante la denuncia de los agresores.
En todas las experiencias que he leído y escuchado de mujeres maltratadas que se atrevieron a denunciarlos cuentan, se ve, se nota el miedo, la soledad de ese momento.
"Mi marido me pega lo normal", es el título de un libro del forense Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la Violencia de Género. Lorente expone las causas habituales del maltrato del hombre a su mujer ("no tener preparada la comida", "llevarle la contraria", "no estar en casa cuando él llegó o llamó", "quitarle la autoridad ante los hijos u otras personas"...) y el objetivo de las palizas: mantener la autoridad y lograr que ella esté sometida y controlada.
Cada vez que una mujer es asesinada, se comenta la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género: que si es positiva o no, que si es poco efectiva, que si falta presupuesto para su aplicación, etc. Echo en falta una crítica a fondo sobre un aspecto que a mí me parece esencial: la sensibilización de la sociedad en contra de la violencia de género.
Los familiares deben denunciar; y los amigos; y los vecinos. Por desgracia sigue estando vigente el error que afirma: son asuntos privados; el denunciar es algo que concierne exclusivamente a la mujer.
Hoy más que nunca es necesaria la complicidad de todos los hombres y mujeres de este país para luchar contra esta violencia. Porque el problema es de todos y no sólo de las víctimas, siendo también de toda la sociedad. Si ante una agresión volvemos la cabeza y callamos, estamos colaborando a crear espacios de impunidad para los agresores y a incrementar el sufrimiento de las víctimas, en su mayoría mujeres pero también de sus hijos e hijas.
En lo que va de año, 63 mujeres y 4 niños y niñas han sido asesinados por violencia machista. Y se calcula que, aproximadamente, 800.000 niños sufren, en su entorno y con gran intensidad, la violencia de género. Estos menores necesitan una protección especial y el apoyo de toda la ciudadanía para salir de la espiral de violencia que sufren, han sufrido o sufrirán.
Sabemos que los niños que crecen en estos hogares padecen secuelas que pueden durarles toda la vida. Disminución del rendimiento escolar, insomnio, pesadillas, fobias, ansiedad, agresividad..., son sólo algunos de los síntomas que presentan los y las menores que han convivido con la violencia de género. Además, el aprendizaje de modelos violentos y roles de género erróneos pueden conducirles a repetir esas conductas, tanto en el papel de víctima como de agresor, con la consiguiente reproducción de la violencia de género.
El pasado mes de abril, el Gobierno promovió destinar un presupuesto específico para la prevención y protección de las víctimas infantiles de la violencia de género y elaboró un protocolo de actuación para las comunidades autónomas, que ahora éstas deben poner en marcha de manera urgente.
Nuestra sociedad, hombres y mujeres, deberíamos mostrar nuestro reconocimiento al coraje y la valentía de tantas mujeres que, día a día, logran superar el miedo y las barreras -psicológicas, sociales, familiares, religiosas- levantadas a lo largo de siglos de dominación machista, para rebelarse contra su maltratador y llevarle ante la Justicia.

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