jueves, 19 de mayo de 2011

A LA CAZA...

Escondido, oculto entre las sombras de los contenedores, acecha perverso y malvado el nuevo gavilán pollero. Sonrisa profidén, de folleto de gabinete dental, espera a su presa, babeando obsceno: la carne es jugosa y tierna, un sabroso bocado con el que saciar su ansia. Lleva varias capturas, hoy el día ha colmado de sobras su voraz apetito. Pero la noche aún no ha caído, algún incauto quedará que se preste a sucumbir a su feroz ataque. Aguarda tranquilo, uno más, uno que anotar a sus conquistas. Con éste, el cupo cubierto con creces, un triunfo seguro. El carroñero se yergue, su víctima está muy cerca. Afila sus garras, se lanzará sobre ella y la devorará, vamos si la devorará. Ya está, el siguiente en la lista va a girar en la esquina y tropezará con su destino. No tiene escapatoria. Un paso, otro más. Por fin, depredador y cordero frente a frente. La caza excita aún más al carnicero, pues el trofeo no viene solo, una de sus crías le acompaña. Más placer, más premio.

El ave rapaz controla la situación, lo domina todo y entonces, seguro de que el indefenso pardillo no huirá abandonando a su prole, ataca sin piedad, a muerte. Es una lucha desigual, poderoso y codicioso explotador que no rinde hasta vencer contra un indefenso que no sabe cómo escabullirse. No hay reacción, la sorpresa es la dueña. El asaltante agarra con fuerza la mano del inocente, mira a la cámara que siempre le acompaña, luce su espléndida dentadura, se inclina veloz ante el niño y, sin dar tiempo a la reacción, le besa en la mejilla. No contento todavía, con una agilidad felina obliga al atónito atracado a coger un sobre con una papeleta dentro. Es entonces cuando profiere su amenaza, cuando se sirve del terror para derrotar cualquier resistencia. «Vótame. Si eliges a otro, la muerte te alcanzará lenta y dolorosamente. Yo soy tu futuro, sin mí no eres nada». Una sonrisa, otra foto y el candidato desaparece raudo, despliega sus alas y parte a su cueva. Hay que reponer fuerzas, el día siguiente promete más sangre. Mientras, el sorprendido recupera los sentidos, recompone su figura, limpia la cara de su hijo y, al ver alejarse al nuevo gavilán pollero, piensa: «Lástima no tener una escopeta. Buena pieza se me escapa».

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