viernes, 6 de mayo de 2011

SÓLO UN LIBRO.

Él descansaba olvidado. Un alma solitaria en medio del
camino, en un peldaño de madera. Sus ojos jamás se
habían abierto, dejando penetrar en ellos la clara luz del
estío. Vivía en un letargo absoluto de años, de sueño, de
muerte en vida. La gente pasaba por su lado, ignorándole,
considerándole parte del mobiliario, un retal más de pared,
de mármol o de vidrio. Se sentía, en lo más profundo de su
corazón de papel y letras, condenado a una existencia
miserable de tedio y soledad. Las horas desfilaban lentas,
vagabundas ante el tic tac perezoso de las manecillas del
reloj, ya desacompasado, triste, carente de ritmo.

De pronto, un día sucedió. A priori un roce fortuito
fruto de la casualidad, posteriormente fuerza tremenda
que le arrancó de su insoportable aburrimiento. Unas
manos separaron cuidadosamente sus páginas, dos ojos se
clavaron en sus letras y alguien comenzó a leer.

Su esencia cambió entonces irremediablemente.
Se transformó en viajero, en transporte de pensamientos
e ideas, en mensaje en una botella que al fín llegaba
a su destinatario. Se convirtió en puente entre lo abstracto
y lo tangible. Ahora era una ventana, una puerta. Era sueño,
sonrisa y llanto, era viaje y fantasía. Y comenzó a empapar
a la persona que le leía. No solo se sabía visto y escuchado,
sino también saboreado y sentido, impregnado de total
libertad al lector, que acababa de descubrir por primera vez,
la magia de internarse en el entendimiento y la felicidad
que ofrece a puñados un libro.

No hay comentarios: