domingo, 3 de febrero de 2008

FILOMENA, UNA DEPENDIENTE

A Filomena le sobra el saber lo que cuesta un café. Cumplió ochenta años en enero
aunque si se le pregunta dirá una edad distinta en cada ocasión. A malas penas recuerda el nombre de sus hijos y mucho menos el de sus nietos. Padece Alzheimer pero todavía mantiene la mirada limpia como el que no debe nada a la vida. Emigró de su tierra manchega hace un lustro para sacar adelante a sus hijos; el olvidado pueblo ya no daba de comer. Nunca pidió nada y nada se le dio. Una mano delante y otra detrás; lo único que sacó de su origen, y un poco de dinero de la venta de su negocio impróspero, con el que <>, junto a su marido, una nueva vida. Jamás recibió ayuda de los “amos”; de los que veía mandando y de los que mandaban sin ser vistos, ni una ayuda oficial, ni un préstamo a bajo interés, ni ningún interés por parte de gobernantes aunque fuese bajo. Aprendió a leer sola usando una amarillenta cartilla sobre la que mal apuntaba letras con “cachicos” de carbón apagado, terminando por juntarlas y silabear con sentido. Y los números, escasos, como escasos eran los dedos, como escasas las escuelas y prósperos los dueños del terreno donde nació,
Casorio tuvo con buen hombre; su único hombre, porque más hubiese sido pecado, como casi todo en su tiempo. Buen hombre que jamás dejó su papel machista aprendido desde la realidad vivida y compartida. Era así, Y aunque la realidad cambió, el papel continuó siendo el mismo porque ya no había ni tiempo ni ganas, ni nada que aprender. Pero el mozo era bueno y a Filomena, con eso le sobraba, aunque jamás supo si con eso faltaba. Y siguió la vida. Nunca le sobró sueldo, ni vacaciones pagadas por oficialidad ninguna ni con su dinero, porque nunca lo tuvo. Jamás recibió recompensa económica alguna por tener hijos, ni descuentos por caridad o justicia, ni quejas. Solo tuvo responsabilidades. Buena madre, buena esposa y ama de casa, buena abuela, mejor vecina. Cuando alguien le preguntaba ¿Filomena como estás? siempre respondía: <>. Hasta hoy.
Cándida Filomena, lista analfabeta. El mañana ya es hoy pero ya no te acuerdas. Ni tuviste muchos derechos ni algunos tienes todavía y aunque no te sobran tampoco los echas en falta. Saben que estás domada por la vida y la enfermedad y nunca te vas a quejar porque el Alzheimer te impide ver que todavía hay dueños prósperos de tu terreno, solo que ahora no necesitan esconderse para seguir negándote lo que te pertenece. Si alguna vez volvieses de tu involuntario limbo y los contases, te darías cuenta de que te sobran dedos y te faltan muchos derechos. La vida te enseño a no esperar demasiada ayuda. Y hoy que en justicia la mereces, vuelves a equivocarte de terreno.
Filomena cumplió años en enero, curiosamente el mismo día en que la ley de Promoción de la Autonomía personal y Atención a la Dependencia cumplió también su primer año de vigencia. Filomena todavía no tiene acceso a la ayuda que esa ley le concede. Y es que ambas nacieron con impuesta mala suerte; tanto Filomena como la Ley están relacionadas con el territorio donde se vive. Elegir el territorio conlleva entrar en el sorteo de los derechos, incluso en un país moderno y democrático. Porque vivir aquí es no tener derecho a la misma Ley a la que otros ya han accedido en regiones y comunidades que lindan entre sí y con la justicia social. En la Comunidad Valenciana todavía no. No hay prisa entre los que gobiernan sin respeto al presente y futuro a base de excusas que niegan lo perentorio. Filomena nunca sabrá de multimillonarios circuitos urbanos para carreras ni de otros tantos y fáusticos eventos portuarios. Tampoco sabe que sobrevive en un Estado de Derecho que pugna por un nuevo pilar del bienestar, al que ella, de momento, acceso porque le tocó, en suerte vivir en territorio comanche: lleno de políticos haciendo de indios dedicados a desenterrar hachas de guerra e incapaces de fumar ninguna pipa de la paz social porque les va en ello su sueldo y su futuro. Y mucho menos por ella a la que nunca echarán en falta.
Así que Filomena aguanta con la escasa pensión del marido y con la ayuda de sus hijos. De sus hijos con hijos con gastos y en tiempos de vacas flacas y de impuestos y préstamos de interés creciente. Ella sonríe, no sabe que la Ley que le podría aportar un poco de ayuda está tan paralizada como viciada de contenido y forma. Paralizada por falta de arrojo y consenso político de los que gobiernan, cojoneros e incapaces de activar convenios de colaboración que terminen con la espera y permitan aplicarla. Viciada desde su título, porque no solo es de la dependencia sino también de la promoción de la autonomía, algo que apenas se desarrolla en la misma. Porque a las claras está que no incluye más asistencia sanitaria de ningún tipo sino que se apoya en los recursos ya existentes. Está bien relacionar dependencia y discapacidad a problema social, pero ya es raro de cojones y exasperante no considerar para nada el incremento de los recursos sanitarios, que debería ser prioritario, ya que como mínimo el 85% de las dependencias están motivadas por una enfermedad crónica.
La Ley tiene más lagunas que la memoria de Filomena y no muestra ningún camino abierto al respecto. Es más, en ésta Comunidad ya se han cerrado las puertas para nuevas solicitudes a plazas de residencia. Así que al final todo se quedará en un poco de calderilla. Pensarán que con esto a Filomena le sobra, aunque ésta nunca sabrá si le falta, porque si lo pudiese entender no dudaría en <¡mandarlos al pijo!>

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