domingo, 24 de febrero de 2008

EL FINAL

Nadie puede volver atrás para cambiar el principio, pero cualquiera puede empezar a partir de hoy a cambiar el final.
Con esta premura la verdad es que uno tiene que intentar cambiar su final, hacerlo más cómodo y más confortable, pero el verdadero final, ese, no está en nuestra manos el poder cambiarlo.
Como podéis comprobar no es el principio lo que me preocupa, sino el final. Y es que uno sabe donde empieza, pero no dónde ni como acaba, pues es al final donde lugares y terceros irrumpen para perfilar destinos finales. Acostumbrado al pasar de los años y a muchos avatares, se fue uno tejiendo la vida profesional. Y la otra también. Pero jamás se acostumbró ninguna de ellas a la pérdida de familiares y amigos, que fueron jalonando la propia existencia de recuerdos imborrables. Tantos he visto morir, y los que quedan, que -excepto un par de cosas- ya no tomo nada muy en serio, y al hacerlo asumo el humor como estrategia contemplativa de la vida, pues es la misma un entreacto, más o menos longevo, de la obra suprema, bufa y eterna representada por la muerte; a pesar de que nunca tendrá mucha estima y que jamás recibirá aplausos, pues vacía queda la platea en cuanto avisa de su llegada por el foro, vestida como para actuar en dilatado carnaval.
Cuando llegue mi final -y siempre llega- a no ser que la muerte me espere súbita en algún lugar no pactado, querré irme como en sueños, sin espasmos, sin agonía, sin dolor. Más rápido que lento, pues no considero buenas las estancias largas en la vida que, con padecimiento, se termina, ni el daño que inflinge a aquellos cuyo sufrimiento se prolonga innecesariamente. No para mí, ya que lo único que desearé prolongar es el contacto cálido de los recuerdos, de las manos y de las miradas de mi mujer, de mis hijos, de mis nietos, de mis amigos. Esa es la única cadena que extenderá mis recuerdos hasta el último instante y añadirá otro eslabón a sus vidas. Al fin y al cabo solo deseo para ellos la misma dignidad que yo les exigiré para mí en el acto final de la vida, pues considero que así se equivoca la muerte en su fatal envite; cuando llegue, ya no pienso estar, pero cruelmente acertará si vivo la soledad infame del dolor gratuito y la miseria infinita que conlleva.
Sí, querré que alguien capacitado, y previo acuerdo conmigo, o con los míos cumpliendo mi voluntad, me separe de otras categorías diferentes, y que siendo capaz de no transferir actitudes de un grupo a otro, considere que mi tiempo se ha agotado y me ayude a despedirme de mi vida de la forma más humana y digna posible.
Lo que a mí me importa en la realidad de la muerte, es la lectura que hace la inteligencia sensible y no los paternalismos políticos o profesionales que son mezcla de beneficencia y poder. Y que de forma incorrecta, y a través de la dominación, se niegan a aceptar los deseos, opciones y acciones de otras personas y, además se atreve a denunciar, demonizar y escarniar a otros profesionales que cumplen con las últimas voluntades de un ser humano en momentos de sufrimiento terminal. El paternalismo es una especie de dominación, de un poder sobre otras personas, que es la seña de identidad y la característica formal de algunos políticos, que en el empeño de su profesión no han sido capaces de olvidar o relegar el rol sacerdotal, y que de forma equivocada les hace colocarse en el terreno de la autoridad moral, para de ésta forma, decidir que nadie ha alcanzado la mayoría de edad suficiente para decidir sobre sí mismo, relegando y anulando la competencia o la capacidad de los individuos para tomar sus propias decisiones. Este paternalismo duro que intenta imponer limitaciones en la autonomía moral de los individuos es rechazable, sobre todo sí esconden otros intereses más terrenales y privados a costa del miedo generado en la sociedad. Ejemplo directo y preclaro es el Hospital Severo Ochoa de Leganés; paradigma, santo y seña, de las acciones de políticos contrarios a que cualquier médico pueda entender que su acción, en pacientes terminales, debe basarse -sobre todo- en la autonomía del moribundo, en sus voluntades explicitas y no en la beneficencia impuesta sobre el mismo que a todos hace aguantar su dolor. Porque algunos médicos ya no deben ni pueden ni quieren ejercer esa beneficencia de modo paternalista y absoluto. Médicos que -como Luís Montes- nunca han renunciado al criterio moral de beneficencia, sino que lo han entendido como un principio que debe articularse con los propios de las otras partes de la relación médico-paciente. Muchos profesionales sanitarios han aprendido y otros lo harán en un futuro, a no dar la espalda a la autonomía. El 21 de enero de 2008- fecha en que la Audiencia Provincial de Madrid ratificó el sobreseimiento de los cargos impuestos al Doctor Montes- quedará en la memoria de los que queremos morir -cuando toque- con dignidad, gratitud y reconocimiento humano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A MI AMIGO GÓMEZ

Amigo fiel, amigo siempre,
tú estás ahí cercano,
Con mis dedos suaves
rozaré tu mano
de amistad sincera
y fuerte.

Jazmín de olor intenso,
Oculto entre la maleza,
Sabes desplegar tu encanto
Encierras una gran belleza.

Galeón de destino incierto,
Obligado a navegar
Mar adentro, a la deriva,
Espera a ver los enemigos
Zozobrando sin medida.

Vivir con el alma en vilo,
Enredada cual ovillo,
Rompe el corazón más frágil.
Démonos tiempo tranquilo,
Una existencia más fácil.

Amigo fiel, amigo siempre.
Tu sigues ahí, sincero,
con el cariño de mis palabras
rondar por tu cabeza quiero
y quedarme eterna en tu mente.

José Gómez dijo...

Amiga mía, en un principio no te he reconocido, pero luego he visto como sutilmente en la poesía (muy bonita por cierto), has puesto mi nombre y mis apellidos en la primera letra de cada verso, eso sólo lo puede hacer alguien que me conoce bien.
Muchas gracias Encarna y un beso muy fuerte