viernes, 30 de mayo de 2008

ESPOSA, QUE NO ESCLAVA.

La melena le cubre parte del rostro, mientras metida de lleno entre los fogones cocina, con cansancio, la cena de su marido y sus hijos.
No es precisamente con agrado que lo hace, sino envuelta en miedo, dudas y desidia.
Su rutina consiste en ser perfecta ama de casa, esposa, madre y no malhumorar, ni alterar, el agrio y rudo carácter que, en ocasiones, tiene su marido; cada vez con más frecuencia y peligrosidad.
En más de una ocasión le puso la mano encima y le cruzó la cara. Ella, temiendo por sus hijos, prefería tragarse su rabia e impotencia, sin ningún ruido; no fuera que los vecinos supieran y fuera aún peor.
Siempre acababa dando la razón a todos esos desatinos, pensando que ella era la culpable de todo, por torpe e ignorante, y por no haber sabido hacer las cosas de otro modo.
No es un mal hombre –pensaba- después de todo, sólo se enfada y tiene un “mal pronto”, nada más; pero en el fondo sigue creyendo que los quiere bien.

Sin embargo, juega con fuego, sólo está echando una palada más de tierra sobre su propia fosa; teme que, antes o después, un mal golpe puede llegar cualquier día.
Pero se calla, porque cree que así protege mejor…

Hasta ahora nunca ha tocado a sus hijos, aunque les grita constantemente y el maltrato psicológico empieza ya a hacer mella en ellos.

Pedro, de siete años, ha vuelto a orinarse en la cama y la profesora de Alba, la mayor de diez años, le ha dicho que se pelea constantemente con otros niños y que roba algunas cosas de sus compañeros.
Hasta ahora nunca ha dejado de darles dinero para la comida y otras cosas; aunque ella había pensado ir uno de estos días a la peluquería, pero como le enfadó tanto la noche anterior, mejor si no lo pensaba, ni lo decía.

Su madre, que sabe sólo una parte de la verdad, está cansada de decirle que se busque un trabajo y lo abandone; pero ella, como tantas otras antes de ella, no tiene ninguna preparación ni experiencia laboral, además está completamente segura de que él los seguiría hasta la muerte, si hiciera falta; claro, que así ella, también, muere un poco más cada día.
Teme por sus hijos, sobre todo; cualquier día les pega a ellos también.
Pero ella, una anónima mujer más, continúa planchando como si nada, no sea que él necesite alguna de esas camisas para mañana…
Mejor no pensar, mejor no…

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