jueves, 26 de noviembre de 2009

QUIEN SE ACUERDA DEL CAMPO?

Con la autoridad de quien nació y se crió en una familia que ha vivido, (aunque tal vez debiera decir sobrevivido) del campo, hablo sobre la protesta con la que el fin de semana pasado, los agricultores tomaron el centro de Madrid para reclamar precios más justos y hacer visible la agonía de un sector tan básico como maltratado. Lo hago también con la fuerza moral que da haber sido testigo de cómo una tormenta de pedrisco, una helada o un largo periodo de sequía acababan, además de con el trabajo de todo un año, con el sustento familiar. Y con la rabia de quien ha visto llorar de impotencia a sus padres, mientras los consorcios de seguros (si es que existían), racaneaban un par de puntos porcentuales en la inmensidad de una tragedia ante la que el gobierno de turno se cruzaba de brazos. Reflexiono sobre las miserias que han sacado a la calle a este colectivo de natural pacífico y sufridor, desde la constatación en tiempo real del desplome de unos precios que, en el tránsito hasta el consumidor, pueden acabar multiplicándose por mil sin que nadie mueva un dedo. Con la legitimidad que da haber compartido la angustia por no llegar a fin de mes, después de jornadas de sol a sol sin más horizonte que la tierra y el cielo. Me acerco al justificado enfado de estos productores desde la experiencia en carne propia del sacrificio que conlleva obtener un kilo de patatas, un racimo de uvas o unas hebras de azafrán. Desde la perspectiva que dan los años de gobiernos de todos los colores sordos a los reclamos de unos trabajadores tradicional e injustamente olvidados. Desde el balance de demasiadas promesas incumplidas, tanto por los que ahora son el blanco de las quejas, como por los que se acercan hasta la cabeza de la manifestación para convertirse en defensores a tiempo parcial, y por interés propio, de las gentes del campo. Y lo hago desde el enfado de intuir que, pese a todo, protestas como la de ayer no sirven en realidad para nada.

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