miércoles, 4 de noviembre de 2009

SOY FELIZ SIENDO UN INDOCUMENTADO

Allá por los primeros 70, Gabriel García Márquez publicó un libro de título harto explícito: "Cuando era feliz e indocumentado". Como sucede con frecuencia en los escritores que se reparten entre literatura y prensa, alternando ambas dedicaciones o superponiéndolas, la obra no es otra cosa que una recopilación de artículos ya publicados sobre los más dispares y variopintos temas, como corresponde al vasto campo que abarca el mundo periodístico.
O sea que, salvando las enormísimas distancias entre don Gabriel y servidor, es algo parecido a lo que el bueno de Mariano Selles, librero y editor inasequible al desaliento, me lleva pidiendo ya ni sé cuántos años con encomiable e infinita paciencia: lo que en mi pueblo llamarían "un juntao y pegao de sucedíos y pensamientos mentales". Y el título del de García Márquez viene a incidir en lo que el que más y el que menos nos hemos visto obligados a reconocer alguna vez: que cuanto menos sepas de lo que te rodea más a gusto vivirás, o lo que es lo mismo: que cuanto más indocumentado seas, más posibilidades de ser feliz tendrás. Aunque no sea más que por aquello tan manido del refrán de "ojos que no ven, corazón que no siente".
Ahora bien, lo realmente perverso de esa actitud surge cuando, voluntariamente y con empecinamiento digno de mejor causa, el personal se obstina, no ya tanto en no ver ni saber (y por lo mismo no reconocer ni aceptar) unos hechos, cuanto en negarlos contra viento y marea con el mayor de los bríos y el más escandaloso de los acaloramientos. Por no mentar cuando, con un descaro y una desvergüenza que harían enrojecer hasta a las montañas, a esos mismos hechos a todas luces cualquier cosa menos edificantes y admirables se les da limpiamente (o mejor dicho, suciamente) la vuelta, con la artera intención de que lo miserable parezca honroso, y lo punible, premiable. Y buscando, de paso, cabezas de turco (seguramente no mucho más culpables que otras, y a lo mejor bastante menos) sobre las que descargar responsabilidades. No sé si me entienden, imagino que sí.
Aquí el que suscribe, con la que ya ha caído, la que está cayendo y la que queda por caer, lo que mayormente se le cae es la cara de vergüenza; ajena, sí, pero tan próxima que no queda más remedio que asumirla siquiera en parte porque los pueblos, las naciones, las comunidades autónomas, los municipios y hasta las pedanías tienen su ración de responsabilidad en lo que sus jerifaltes hagan y deshagan. Ya que, por si alguien no había caído en ello, con las urnas los han (los hemos) autorizado a hacer y deshacer. Al igual que, con las herramientas legales que la democracia proporciona, cuando una trayectoria política no responde a las expectativas que en ella se habían puesto fundándose en los compromisos y promesas de las campañas electorales, se puede (es más: se debe) levantar al político de su poltrona quiera o no quiera, es decir, con su aquiescencia o por la fuerza, colocar en el puesto a otro que lo haga mejor, y aquí paz y después gloria. Lo que pasa es que eso, por las muestras, con la Comunidad Valenciana no es que rece mucho que digamos.
De manera que es, como poco, entristecedor recibir noticias de alguien que ahora mismo anda moviéndose entre Buenos Aires, Méjico DC y la Patagonia (o sea, por aquí al ladito), en el cual nos dice que "lo que de verdad asombra y acojona es comprobar que los valencianos andan diciendo que, se descubra lo que se descubra con lo de la trama Gürtel, y aunque se demostrara que del más alto al más chico está pringado hasta el lucero del alba, la intención de voto a favor del PP no sólo no decae sino que aumenta". Claro, hace unos años lo primero que una hubiera pensado habría sido: ¿y tú como lo sabes, si te pilla tan lejísimos y las novedades se están superponiendo con la velocidad del rayo? Pero es que estamos en la era digital, lo cual que prácticamente al tiempo de que las cosas estén pasando la noticia ya ha dado tres veces la vuelta al mundo y la ha desmenuzado y comentado media Humanidad, tirando por lo bajo.
¿Quiere eso decir que esa media Humanidad esté documentada? Pues tampoco. Sobre todo, porque no quiere estarlo: prefiere seguir en la inopia. O fingir que sigue en ella, que al cabo es igual de cómodo y da los mismos resultados (buenos, por regla general). Así que me estoy planteando aprender a poner cara de pánfilo, hacer como que me creo a pies juntillas todo lo que afirmen y aseguren los que manejan el poder (cualquier poder, me refiero), y mirar para otro lado tarareando la musiquilla de "Heidi" cuando los enjuagues, intercambios de cromos y pagos de servidumbres múltiples afloren a la luz con más claridad que el sol de mediodía. Lo malo es que a estas alturas no sé yo si seré capaz de aprender. O sea que me temo que por mucho que me empeñe yo no voy a poder ser feliz ni por chamba, ea, qué le vamos a hacer.

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