martes, 16 de febrero de 2010

NO IMPORTA, SÓLO SON HEMBRAS.

Sé perfectamente que el tema que hoy voy a tocar no es muy agradable. Sé que es un tema amargo, duro y tirando a desesperanzado, pero qué le vamos a hacer, es una triste realidad y que desgraciadamente día a día sigue ocurriendo en nuestra sociedad. Pongamos que hoy traigo aquí la tristeza infinita y el sufrimiento sangrante de la condición femenina. O hembril, mejor dicho, ya que no me voy a limitar a hablar de mujeres sino que habré de establecer una relación directa, un parangón, entre mujeres y palomas, ya que se trata de una historia colombófila la que voy a relataros. Una historia acaecida casi a mi misma puerta, en un parque que hay aquí en Xirivella, también es casualidad que la vida me reservara regalo tan aciago traído por la providencia.
A poco de alzarse la mañana y en mi caminata mañanera, veo en la plaza algunos perros bastante revueltos, (hay muchos perros en Xirivella), ladrando sin ton ni son. Me fijo un poco más y veo en la misma plaza, una figura varonil. El hombre va bien vestido. Le pregunto si anda buscando algo. Sí, un palomo que se me ha perdido y según el radar debe de estar en ese árbol grande. El árbol, que hace muchos años no conoce poda y se ha agigantado, se alza en uno de los laterales de dicha plaza, es el más grande y es fácil divisarlo.
El hombre tiene mucho interés en recuperar al palomo, que según él es valiosísimo. Macho por supuesto, y preciadísimo según me informa. El hombre lleva en su mano izquierda una paloma, hembra por descontado, amarrada por la pata izquierda a un cordel. El hombre voltea la cuerda, le da tirones violentos, arroja a la paloma contra las ramas como si fuera una pelota, la lanza sobre el tejado o contra el suelo para que el macho la vea, se encele y salga del árbol en el que se ha aposentado. En tan violentos trasiegos la palomilla, aterrada, pierde plumas, encoge la cabeza, trata en vano de aletear, se resiente visiblemente de la pata atada que acusa escoceduras y heridas. Eso tiene que hacer sufrir mucho al animal, digo. Y el hombre: estará doloridilla, claro, pero es la única manera de que el macho acuda.
Acuden varios gatos de la vecindad, que al ver la proximidad de la paloma se amagan y se preparan para saltar sobre ella. El hombre, preocupado por que había quedado con unos amigos y se le estaba haciendo tarde, sugiere dejar atada a la paloma al tronco del árbol mientras se marcha al bar a desayunar con sus amigos, a ver si mientras el palomo baja. Se la comerán los gatos, le digo. No importa (dice): es una hembra y no vale nada, tengo más. Por fin decide ir a por otros dos palomos, para que la vanidad competitiva del macho le obligue a acudir. Los palomos se dejan caer sobre la palomilla atada picándole el cuello hasta hacerla sangrar, hiriéndola con sus garras, acogotándola en una cruenta batalla donde la hembra, prisionera, no tiene defensa alguna.
A partir de ese momento el hombre ya se preocupa de que no se arrimen los gatos. Y de pronto el palomo del árbol, con las alas y el cuerpo vistosamente pintados, con el buche tornasolado y la cabeza erguida con arrogancia infinita, se echa a volar desde la rama hacia la paloma desplumada, ensangrentada, medio muerta ya, les planta cara a los dos machos que intentan cubrirla y toma heroica posesión de ella. Su dueño, feliz, lo coge al vuelo. Ya puede irse al bar con sus amigos. La paloma, exhausta, tal vez no llegue viva al palomar. No importa. Sólo es una hembra. Entro a casa y pongo en la tele en la 1 donde están dando las noticias. Después de la reseña, de lo maravilloso que lo está haciendo nuestro presidente Sr. Zapatero para afrontar la crisis. Muy de pasada, escucho un dato: ya hay cuatro mujeres asesinadas por sus parejas en lo que va de año, y acabamos de empezarlo. Entonces caigo en la cuenta: no es grave. Sólo eran hembras, y hay muchas.

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