viernes, 16 de abril de 2010

UN DÍA CUALQUIERA DE UN AÑO CUALQUIERA...

En una casa cualquiera
de una población cualquiera,
un día cualquiera
de un año cualquiera,
sobre una cama cualquiera,
yace una mujer cualquiera.

Una mujer que no duerme;
(no descansa):
sembrados de lagrimas
sus ojos abiertos,
dolorido su cuerpo,
sus sentidos despiertos
por ese ser que, muy pronto,
va a surgir de sus entrañas.

Una mujer cuyo rostro,
bañado es, por un río
caudaloso, de sudor frío,
helado como la muerte
más, dulce; ¡muy dulce!
como la vida que lo origina
y grande, ¡muy grande!
como el alma que lo vierte.

Ella aprieta fuertemente
(con sus manos),
las manos de un hombre
(que es su hombre),
un hombre, también, cualquiera,
por mitigar el dolor
que, de su cuerpo, hace presa.

El la mira con ternura;
con unos ojos inyectados de emoción.
Acaricia su despeinada cabellera
y pronuncia unas palabras con dulzura,
una frase, una oración cualquiera.

Ella siente que la vida se le va;
que el fantasma de la muerte
se la lleva.

¡Es tan grande el dolor!
¡Es tan grande!
Más, la vida no se va:
la vida llega.

La vida llega con dolor y llanto.
¡La vida llega!
y el dolor aquel, sentido,
se transforma, de repente,
en satisfacción, alegría plena.

En una casa cualquiera
de una población cualquiera,
un día cualquiera
de un año cualquiera,
sobre una cama cualquiera,
llega al mundo un ser cualquiera.

¡Un ser cualquiera!
Fruto de un amor y de una entrega;
de la unión de dos semillas
en la misma fértil tierra.

Cosecha de dos labriegos
que, con sonrisas, sembraron
un huerto entre las estrellas
y el huerto correspondióles
con trigo para la siega.

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