lunes, 19 de diciembre de 2011

NUESTRO GRINCH.

Tan cerca de la Navidad estamos, que a uno sólo le apetece escribir sobre cualquier tema que trate sobre ella. Son días especiales, para los que les gustan estas fiestas y para los que no (como me ocurre a mí desde hace más de treinta años), pero sobre todo, son fiestas para los verdaderos protagonistas del evento, los niños. Ellos lucen sus villancicos en los colegios y esperan ansiosos los regalos que una adopción impuesta, la de Papá Noel, les deja en Nochebuena bajo el árbol o a los pies de la cama.

No queda otra que evadirte de lo que te rodea y rendirte a la fuerza de la ilusión. Te pones frente al teclado del ordenador, sabes que toca una historia navideña, de amor, de solidaridad, alguna guirnalda con la que embellecer el abeto que compraste en los chinos, algún juego de luces para iluminar un belén en el que a San José le falta una pierna, los pastores se han comido la mula y el homenajeado Jesús se ha escapado para coser zapatillas de deporte en un taller clandestino. Qué bonito. Inundado de alegría a pesar de saber que Melchor, Gaspar y Baltasar han abandonado el país, pues aquí ya no tienen nada que rascar, me rindo a la invasión americana y paso, sin entrar mucho en detalles, a contar a aquél que tenga un rato para leer, la hermosa historia del enemigo de Santa Claus, el Grinch.

Este personaje egoísta y malvado aparece en la Navidad como contraposición al significado espiritual de la misma. Refleja el consumismo, la avaricia, la gula material. Cuantos más bienes tengas, más feliz serás. Todo para el bolsillo propio, a costa de lo que sea. Muy anglosajón el bicho, ¿verdad? Por estos apostólicos lares no tenemos nada de esto, qué va. Aquí, máximo el caganer, ese monigote que hace sus necesidades mientras observa cómo pasan los Reyes Magos camino del portal. Y es que, para qué importar bichos raros de los USA con los que amenazar unas fechas tan entrañables si aquí, en la muy tradicionalista España, ya contamos con elementos suficientes capaces de amargarle la fiesta a cualquiera. Y si no que se lo digan al primero de los españoles, al más alto representante del híbrido sistema monárquico-republicano que disfrutamos con júbilo y entusiasmo, a nuestro monarca, el rey Juan Carlos. En su propia casa, delante de sus egregias narices, un duende pecador, morador de un palacete en Pedralbes, se está cargando, en compañía de otro u otros, trescientos años de institución. Sociedades por aquí y por allá, mucho dinero con veloces piernas difícil de perseguir. Un entramado financiero para llevárselo calentito supuestamente montado por un Grinch patrio, alto, rubio, guapo y deportista. El yerno ideal.
Ni Azaña hizo tanto por la república. Mascando chicle espero, (yo no fumo) el discurso navideño del rey. Diestro de tronío, quiero saciar la curiosidad de ver cómo torea S.M. el morlaco. Cuando hable de la crisis, de la insostenible situación económica, de la miseria que asola muchos hogares, lagrimones de vergüenza deberían brotar de sus ojos hasta oxidarle las medallas. Pues no olvidemos que el Grinch Undargarin le ha fastidiado (por no decir jodido) estas navidades, las del año que viene y unas cuantas y muchas más, que ya veremos las consecuencias de todo esto. Lo que parecía y lo que parece.

No hay comentarios: