sábado, 7 de junio de 2008

SOY UN DESEMPLEADO, QUE TRABAJO.

Dada mi situación de “sujeto pasivo” converso más con cierto nivel de ciudadanos, los desempleados, ya que obviamente el resto está ocupado en sus menesteres diarios, “disfrutando” más o menos, en función de sus aspiraciones, prioridades y nivel de exigencia. Dichas conversaciones me llevan a emitir un juicio que creo se ajusta a la realidad, o a la triste realidad, del peor mal de nuestros días y de nuestros jóvenes, que lejos de mejorar va en aumento día tras día sin visos de mejora.
Distintos estudios señalan que el desempleo involuntario se sitúa entre uno de los principales estresores a los que puede verse sometido un ser humano, y más o menos al mismo nivel que la muerte de un familiar o el cambio de casa.
Y realmente, el gran problema que tiene el desempleo es que, con el tiempo, va deteriorando nuestra autoestima y supone un fuerte mazazo a nuestra red social de apoyo. Si partimos de un enfoque bio-psicosocial de salud, el desempleo afectará de una forma directa a dos de los tres factores más importantes para el individuo, y por lo tanto, el paro debe contemplarse como un auténtico problema de salud pública.
En el plano social, los efectos del desempleo se centran en la reducción de interacciones sociales. El trabajo es una importante fuente de relaciones personales. Además de esto, se producen a nivel social una serie de situaciones que van desde la falta de seguridad que provoca la incertidumbre que se tiene con respecto al futuro, hasta la inhibición social provocada por la “vergüenza” y el estigma social que supone para el propio individuo encontrarse en una situación de desempleo. Si a todo esto, le sumamos Las dificultades económicas que suelen acompañar al desempleo y la forma en que estas dificultades afectan a nuestras relaciones sociales, tenemos como resultado un serio golpe a nuestra red social de apoyo. En lo referente a los aspectos psicológicos, los resultados no son mucho mejores. En primer lugar, al perder el empleo se produce un fuerte shock, se produce una sensación de desamparo y nos sentimos muy mal.
Sin embargo, en este momento, el trabajador todavía conserva su autoestima profesional, y por ello comienza una etapa activa de búsqueda de empleo. La cuestión, es que esa actividad no se va a mantener siempre a menos que tengamos una metodología de búsqueda de empleo a largo plazo. El tiempo es nuestro enemigo, y pese a mantener el mismo perfil profesional que unos meses atrás, nuestra percepción de las posibilidades de encontrar empleo son mucho más limitadas. Y es que, los esfuerzos infructuosos no dejan de ser percibidos como “pequeños fracasos”, cada candidatura no contestada se transforma en una pedrada contra nuestra autoestima, porque pensamos que lo normal es que nos llamen, y una vez nos han llamado para la entrevista pensamos que lo normal es quedarnos con el puesto. Nada más lejos de la realidad. Muchos de los contactos que se establecen, no dejan de ser contactos para averiguar la disponibilidad del trabajador, o para indagar en algún aspecto de cara a perfilar el currículo de cara a futuras disponibilidades de personal. Sin embargo, como digo, cuando los esfuerzos no dan frutos, el individuo se vuelve pesimista, experimenta ansiedad y sufre malestar: éste es el resultado crucial.
Pero este “bajón” no es lo peor. Tras el viene una etapa en la que el individuo se vuelve fatalista, se siente “gafado” e incapaz de sentirse útil para la sociedad. Pese a lo drástico que parece lo que he expuesto hasta el momento, es una situación que se produce cotidianamente, pero que es muy fácil de evitar. Simplemente hemos de ser capaces de plantearnos la búsqueda de empleo como nuestro trabajo. Igual que éramos capaces de levantarnos a las siete de la mañana para ir a trabajar, incluso cuando no apetece, hemos de ser capaces de levantarnos a las siete para ir a buscar trabajo, para relacionarnos con nuestro círculo social, para no escondernos y decir por todas partes que estamos buscando trabajo. De ésta forma, al incrementar el número de interacciones sociales, se incrementan nuestras posibilidades de descubrir alguna oferta de trabajo, y al mismo tiempo, nuestra eficacia es mayor, por lo que podemos huir de esa situación de fatalismo que he comentado anteriormente.

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