domingo, 18 de octubre de 2009

LA RUTINA

La mayoría de personas vivimos nuestro día a día acompañados por la rutina y, sobre todo, sometidos al totalitarismo impuesto por un reloj, que como buen tirano, nos impide pensar. Y es que la reflexión no sólo necesita de libertad, sino también de tiempo. Así las cosas, las prisas se han convertido en las cadenas de nuestros días; y, paralelamente, la dependencia de la agenda, del teléfono móvil o de Internet, en una nueva forma de esclavitud. Nos levantamos a la misma hora (aunque no tengamos nada importante que hacer a esa hora), fijamos un tiempo para comer, para cenar e incluso para leer, y programamos nuestro ocio con tanto tiempo de antelación que, en muchos casos, llegado el momento, las apetencias iniciales ya han pasado a mejor vida.
Al final, la tiranía del tiempo impone una planificación de las cosas más cotidianas, de aquellas pequeñas cosas que diría Serrat, y hasta una comida familiar o un café con un viejo amigo, se ven obligados a pasar por el sesgo de una agenda y, por tanto se transforman en rutina y nos convierten en seres muy predecibles a corto e incluso a largo plazo.
Sin embargo, un buen día el olor a tierra mojada y la imagen de varios niños jugando frente al cobertizo de una vieja casa de campo, te devuelve a ese tiempo en el que no existían ni relojes, ni agendas, ni teléfonos móviles, ni Internet. Eran tiempos en los que tampoco eran necesarios porque la luz del día marcaba los tiempos, la programación de la jornada se improvisaba sobre la marcha, sin necesidad de acudir a un aburrido dietario y sólo la lluvia tenía la capacidad de frustrar los planes, las voces de los abuelos y de los padres hacían las veces del teléfono móvil, y no había ningún tipo de dependencia hacia la pantalla del ordenador porque un par de ramas caídas de los árboles y cuatro piedras tenían la capacidad de recrear un mundo de corsarios, de princesas y de dragones. Es entonces cuando te das cuenta de que las hojas del calendario han ido cayendo poco a poco, apenas sin darte cuenta, y que la obsesión por el futuro se ha impuesto en su particular batalla contra el presente, pero también contra el pasado.

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