He esperado cerca de dos meses intentando que la depre pos-vacacional pasara, para entretenerme con estos comentarios, y es que quien más y quien menos, “todos volvemos al cole”, no solamente los más pequeños y los jóvenes; cada uno tiene su septiembre particular a la vuelta de las vacaciones. Para una gran parte de la población, no son estas las mejores fechas para mantener arriba el ánimo. A ello ayuda, y no poco, la crisis (esta crisis está en todas partes), las cartas de la entidades financieras que nos recuerdan los gastos diferidos del verano, la vuelta al trabajo si es que aún lo conservamos…
Es un buen momento para volver a nuestros mejores propósitos, empezando por los más pequeños, porque la esencia de la vida está hecha de mucho pocos.
Fijémonos en un día cualquiera que hayamos sentenciado a priori, al levantarnos por la mañana. En el transcurso de las horas, aparece el apoyo de un compañero del trabajo, la inesperada llamada de alguien que siente nuestra ausencia y quiere saber de nosotros en forma de compartir un café… Signos pequeños, pero imprescindibles que hablan un lenguaje que estamos perdiendo, abrumados por tantas cosas que impiden el disfrute de la sonrisa dibujada en los ojos de nuestro interlocutor, la ausencia de juicios de valor donde esperábamos un reproche o una simple palabra amable cuando más la necesitábamos. Cualquiera puede reescribir una jornada que habíamos tachado anticipadamente.
Ningún periódico ha publicado recientemente que un marido llamó a su mujer para preguntarle cariñosamente qué tal le va en su primer día de vuelta al trabajo. Ni tampoco que una madre agotada tras una dura jornada, le leyó un cuento a su hija para que se durmiera rodeada de cariño. Ni tampoco el efecto que tuvieron estos gestos en los destinatarios…
La actitud generosa en el trato con los próximos educa nuestros menguados límites impuestos, quizá porque toda generosidad, por pequeña que sea, aumenta la autoestima.
Nadie nos va a ahorrar el esfuerzo por recuperar la normalidad en medio de la vorágine cotidiana que nos ha tocado en suerte, pero es posible hacerlo menos difícil cuando se afronta con un ojo puesto en los demás. Y septiembre suele ser un mes propicio para agrandar fantasmas en nuestras relaciones cotidianas en la medida que nos vemos como agentes pasivos sin capacidad para influir en nuestro alrededor.
Sin embargo, a pesar del tiempo glacial en que nos ha tocado vivir, influimos en los otros más de lo que sospechamos. Nuestro contacto con los demás transforma a otras personas. Para bien y para mal. En el curso de nuestra vida cotidiana, tenemos la oportunidad de influir en los demás y en nosotros mismos, y por consiguiente, de cambiar el mundo, el pequeño mundo que podemos abarcar cada día. Nadie está excluido de esta posibilidad (tan ligada a la autoestima) mientras pueda despertarse cada mañana ¿Qué otra cosa es triunfar sino acertar en nuestra respuesta? No me parece una mala lección para el nuevo curso que acaba de empezar.
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