domingo, 18 de octubre de 2009

LAS INTERRUPCIONES

A menudo me asombro de poder acabar cualquier texto, de tener la casi imposible tranquilidad necesaria para concentrarme en su desarrollo y llegar al final. En cierta medida, la historia de la escritura consiste en la historia de los esfuerzos del escritor por conseguir aislarse de todos aquellos elementos que amenazan con no dejarle escribir. Una verdadera vocación literaria también es la aptitud para saber dejar a un lado los mil estímulos, las mil tentaciones, las mil molestias que pretenden que una vocación literaria no se cumpla. Sin necesidad de caer en la paranoia (pero sí en una cierta hipérbole muy veraz), se podría decir que el universo conspira contra el arte, contra el artista. El mundo, aunque los disfruta y los reclama, jamás facilitará la tarea del artista y del arte, porque está acostumbrado a que ambos obren contra los elementos, a pesar de las dificultades, frente a las adversidades.
Se diría que los escritores, que por lo común trabajan robándole el tiempo que no tienen a su misma vida, deben defenderse de la vida misma, que conspira para robarles ese escaso tiempo.
A veces he soñado con el imposible de conocer la intrahistoria de la redacción de algunas obras maestras; es decir, con estar al tanto de las interrupciones que las retrasaron, que las molestaron, que a punto estuvieron de conseguir que no existiesen (pero que a la vez, por paradójico que parezca, también contribuyeron a su existencia, porque la literatura también supone una forma de sobreponerse a todo lo que significa su obstáculo, su perdición). ¿Cuántas veces, por ejemplo, abandonó Dostoievski sus novelas para abismarse en los garitos de juego de San Petersburgo (y que por otra parte lo obligaban a escribir a destajo para pagar las deudas contraídas)? ¿Cuántas borracheras de Faulkner, cuántas resacas, le hicieron levantarse de la mesa y dejar su vieja Underwood a un lado (esas resacas y borracheras que, por otro lado, dotan a su fraseo, a su estilo y a su visión del mundo de una cierta pátina alucinada y alucinatoria que le son tan sustanciales)?
A mi manera, practico una variedad muy modesta de la escritura interrupta. En realidad, vivo permanentemente interrumpido, y de vez en cuando consigo escribir algo, para ser justos con la proporción, esa magnitud que suele convertir nuestra vida en desproporcionada. Me interrumpen mis hijos, que siempre tienen una necesidad inaplazable, que da paso a otra no menos urgente, y así hasta el infinito. Me interrumpen los ruidos: ¿Por qué siempre hay una vecina que conoce todos los éxitos del verano de todos los veranos? ¿Por qué siempre hay un vecino de obras en su casa?, ¿Por qué siempre en la finca hay una niña que practica escalas con el clarinete? Me interrumpe el teléfono: si ya sé que lo podría descolgar, pero entonces me interrumpiría la preocupación de estar incomunicado. Me interrumpe mi mujer para planificarme el día y recordarme cien obligaciones: ya sé que me podría divorciar, pero entonces me interrumpiría la peor de las interrupciones: la infelicidad. Me interrumpo yo; la conciencia es una fábrica de estorbos: ya sé que me podría suicidar, pero en este caso me interrumpo y prefiero estar vivito para seguir escribiendo el tiempo que me dejen.

1 comentario:

Raquel M,G dijo...

Yo he interrumpido mis horas de estudio para leerte!! ¿y sabes que he sacado en claro? que la vida necesita interrupciones!! es ese ratito para desconectar, ya sea por agobio o simplemente placer pero es necesario hacerlo de vez en cuando!!es más estoy segurísima de que son todas esas interrupciones, las de la vida cotidiana,las que te inspiran !!y que bien lo hacen!!