domingo, 10 de enero de 2010

YA HA PASADO LA NAVIDAD...

Ya ha pasado la Navidad, esas fiestas tan familiares, tan llenas de nostalgias y recuerdos, pero también de otras cosas menos agradables y que este año a pesar de la crisis, no ha sido muy diferente al resto de años.
Para ello no hay más que salir a cualquier calle, mirar alrededor y contemplareis un espectáculo prácticamente invariable: al personal le ha entrado una fiebre irreprimible por comprar. Es lo que traen estas fiestas tan entrañables, dicen, en las que todos los que a lo largo del año permanecen habitualmente alejados de nosotros vuelven a casa, vuelven; y claro, no es cosa de recibirlos con las manos vacías. Además, por si alguien no estuviera de por sí suficientemente motivado para la generosidad a piñón fijo de las fechas navideñas, ya vienen encargándose de estimulárnosla desde hace meses, por la cuenta que les trae, aquéllos a quienes más les interesa que no decaiga la tradición de los regalos. O sea, los que se intentarán forrar vendiéndonos de todo, desde un jamón de pata negra para agasajar a familiares, amigos y deudos, hasta unas pantuflas forradas de cabritilla para que a la yaya no se le queden los pies como témpanos, mientras se pega sus cabezaditas en el sofá al dulce arrullo de los culebrones.
Todo invita al despilfarro en estos días y no es fácil desoír la invitación, aunque está demostrado que poderse, se puede. Pero hay que tener un espíritu ascético de aquí te espero y una voluntad de hierro, la verdad sea dicha. Porque a ver quién se resiste a esos escaparates profusamente iluminados por miles de lucecitas intermitentes como las de los puticlubs, que se me da a mí que el que las inventó de psicología tenía que saber un rato, porque es que sin poderlo remediar se te van los ojos detrás como si te los atrajeran con un imán, y antes de que te quieras dar cuenta ya estás entrando con plena disposición mental de no reparar en gastos. En la tienda o en el puticlub, según se tercie. Fíjense en ello y verán como no falla; todos para dentro, tal que en los casos esos de abducción.
Los comerciantes, como buenos expertos en mercadotecnia que son, no escatiman en bombillas, abetos cargados de bolas brillantes, espumillón, guirnaldas de falso muérdago, estrellitas refulgentes, tiernos belenes y papás noeles con unas barrigas que ni a punto de parir trillizos: lo que sea menester. Y ya si hay un puesto de castañas en la esquina, mejor, que eso da un toque navideño que no hay corazón (ni, en consecuencia, bolsillo); que se resista. Máxime desde que, copiando costumbres foráneas que ni nos van ni nos vienen, hemos adoptado la costumbre de regalar por partida doble, en Navidad y en Reyes; sin pararnos a pensar que en esos países de los papás noeles y los santas klauses regalan por Navidad y punto, y aquí, como al mismo tiempo que copiones somos tradicionales, hacemos doblete y no hay casa decente capaz de olvidarse de Melchor, Gaspar y Baltasar, con su botellita de mistela y su platito de polvorones incluidos para que repongan fuerzas.
Algunos bichos raros tratamos denodadamente de resistirnos como gato panza arriba a seguir los pasos del rebaño comprador, dicho sea con perdón lo de rebaño y tomarlo si queréis en sentido evangélico, que va muy acorde con estos días. A algunos hasta nos da así como «tiricia» (que dicen en mi pueblo); tanta profusión de brillos y tanto villancico machacón martilleándonos las orejas en el supermercado, que estás un suponer comprando plátanos de Canarias y, al verlos tan doraditos, no puedes evitar acordarte de la ofrenda de los Magos de Oriente y acabas dejándolos en la estantería, no vaya a ser que además de parecerte de oro luego vayan a saberte a incienso y mirra. Algunos pensamos que la Navidad, con tanta parafernalia sobrevenida, ha quedado por completo desvirtuada y lo que menos le importa a la gente es si Jesús nació en un pesebre, o si las fechas coinciden o se las sacaron de la manga los sabios de la cosa. De hecho, una gran parte de la gente que la celebra por todo lo alto, con mesas que nada tienen que envidiar a las de Pantagruel y dejando la tarjeta visa para el arrastre, ni siquiera es creyente y mucho menos practicante.
A lo mejor por eso me fascinó este escaparate de la foto, que pasando de rollos navideños se limita a anunciar que están vendiendo a precio de saldo la mercancía por cierre y el que no se dé prisa, se lo pierde. Viendo los carteles resulta evidente que ahí no tienen un experto en marketing porque los profesionales ortografía deben saber, y si no saben lo consultan con el corrector de su ordenador de última hornada. Aunque, bien pensado, tal vez los dueños de la tienda sean más listos de lo que parece, porque no hay quien pase enfrente de ese cartel y no se quede de un aire. Y de ahí a entrar y comprar, a 10 «leuricos» los zapatos y a 20 las botas, un paso. Quién dice que esto no sea «lo húrtimo» en técnicas de venta, y hasta hoy a ningún especialista en marketing se le haya ocurrido.

No hay comentarios: