jueves, 30 de junio de 2011

YA ESTAMOS EN VERANO

Ya estamos en verano. Multitud de alucinantes viajes se ofertan por todas partes, incluso junto a los recibos que te envía el banco con el cargo de Hacienda. Me hace gracia escuchar comentarios sobre las vacaciones. Todo el mundo anda un poco nostálgico recordando las épocas de la niñez, en la que los períodos estivales se vivían como una auténtica fiesta.
Hace algo más de cuarenta años, cerrar la casa para alejarse unos cuantos kilómetros, era un verdadero ritual: enfundar lámparas y muebles, cargar con vajillas y ropa de la casa, a veces hasta con los colchones, el pájaro, el perro, la abuela, etc. etc... para luego no hacer nada en especial; dejar pasar el tiempo relajadamente, sin más. Y ahora, cuando se supone que hemos alcanzado una cierta comodidad o facilidad en los desplazamientos, cuando los apartamentos playeros sean o no de propiedad, disponen de casi todo el menaje doméstico y no hay más que poner la llave en la cerradura, se empieza a hablar de lo bien que se está en la ciudad, sin salir de casa, porque todo el mundo está fuera, de lo apacible que resultan las calles, apenas sin ruidos, sin coches (el ruido está en las playas precisamente), con los semáforos funcionando porque sí, dándote el gustazo de esperarlos sabiéndote civilizado, o sin colas en las carnicerías, o con aparcamiento en cualquier parte etc... Y es que nunca estamos contentos del todo. Hasta se empieza a reconocer lo inútil y cansado que puede resultar emprender el obligado viaje vacacional haciendo el turista por doquier y disfrutando únicamente a la vuelta, cuando ya estás en casa tranquilo y te dispones a contárselo a los demás, que es como se disfrutan realmente los viajes.
¿Qué es lo que queremos? Añoramos aquellos tiempos en que nos dedicábamos a no hacer nada en especial, a dejarse envolver por las horas lentas y armoniosas del "dolce far niente", las tertulias en la calle, en los cafés, en las casas, los paseos sin destino, andar sin más... ¡Qué modernos éramos ya!... Ahora se habla y se habla de todo lo que conviene a nuestra salud mental: ser positivos, reir mucho, buscar el relax... pero todo queda en pura teoría; no podemos, necesitamos hacer siempre "algo" porque no sabemos desenganchar. La inercia nos conduce hasta la obligación tópica y típica de tener que plantearse "tiempos dedicados a"...¡lo que sea! Con tal de hacer algo, aunque resulte un esfuerzo físico o mental y nos acarree consecuencias de vacío hasta el vértigo existencial, porque luego, habrá que afrontar el periodo pos-vacacional del que tanto se habla y para el cual hace falta ese "tiempo" puntual de adaptación con el fin de entrar de lleno y con vitalidad al mundo del trabajo: los niños al colegio, y los mayores a la rutina.
¿No hay solución, pues? Las vacaciones de antes por pacíficas, si es que las había para todos, ¿eran realmente mejores? ¿O es que, en realidad, cualquier desajuste anímico y mental era superado inconscientemente con éxito, al no detenernos a autoanalizar con meticulosidad aquello que pasaba en nuestro interior?
Se hacía lo que se podía y eso era sano, como lo puede ser ahora mismo, si nos conformásemos con nuestra simple o complicada existencia, sin pedir más, sin planificar tanto, con la esperanza y los sueños normales que alimentan la vida de cualquier individuo y que son tan necesarios...
Lo que realmente añoramos, o desearíamos, es conseguir el lujo de vivir dejando transcurrir el tiempo (que ya no encontramos) dulcemente, sin tener la mala conciencia de que lo estamos desaprovechando, y para ello tenemos que reeducarnos.
Presiento que, en un futuro, todos los intentos por cambiar los hábitos vacacionales, van hacia ello, a conseguir la añorada sencillez de vida, (aunque haya contribuído en parte la crisis económica de nuestro país). Todo es cíclico y las metas superadas dejan de interesarnos para reemprender antiguas, simples y sanas costumbres, Lo malo es que no podemos conseguirlo en solitario; hay que luchar contra el bombardeo propagandístico vacacional, y tiene muy mala prensa decir aquello de "no hecho nada estas vacaciones, excepto pensar"; leer y pensar, por supuesto. De ahí nace la paz en nuestro espíritu que es lo que verdaderamente cuenta.

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